A diferencia de otras sociedades, desarrolladas o no, en nuestro país, por una serie de razones sociopolíticas-culturales o de déficits de institucionalidad, los expresidentes mantienen una vigencia o gravitación política fuera de lo aconsejable o de lo que debería ser su rol: ser entes de referencia y consulta en tiempo de crisis-país.

Sin embargo, los expresidentes, y como hasta hace poco las figuras de notables, juegan o han jugado un papel de árbitro-líderes que si se limitara a la consulta coyuntural o de crisis podría ser un recurso político-institucional valioso; pero sucede que nuestros expresidentes no solo son eso sino también líderes activísimos o cuando no, o en mayoría, caudillos decisorios en sus organizaciones políticas; y, o peor, con el dedazo que impone y decide.

A veces ese liderazgo, si se quiere de excepción o arrítmico histórico como diría Juan Bosch, suele convertirse en una retranca sociopolítica e institucional, pues su gravitación política, quiérase que no, nos recuerda, más que otra cosa, que somos un país subdesarrollado; aunque con el reciente activismo político-electoral de Clinton, Obama y Biden nos obliga a revisar el fenómeno -no como excepción-.

Quizás en el caso nuestro tenga, el fenómeno, una categoría socio-histórica específica: nuestro liderazgo que ejerce el poder es una suerte de gravitación sociopolítica de larga incidencia o influencia en sus partidos y la opinión pública algo que sería del todo saludable si esos líderes hadrian sabido o supieran administrar su resonancia, vivencia y presencia pública como hasta, al menos en lo que respecta a su vigencia pública y aspiración, lo ha venido haciendo el expresidente Danilo Medina que, precisamente, acaba de confirmar esa vigencia o gravitación política histórica de nuestros expresidentes.

Si observamos bien, en nuestro país los liderazgos que trascienden mantienen vigencia por casi tres décadas o más -ejemplos: Balaguer, Bosch, Peña-Gómez, Leonel Fernández, Hipólito Mejía y Danilo Medina. Ellos, con el actual presidente que también se proyecta a futuro, conforman una camada histórica de difícil ruptura sociopolítica e histórica que podría ser saludable o no institucionalmente. Por qué decimos esto último: porque nunca sabemos, en verdad, su fin último, aunque en el caso de Danilo Medina, al no poder aspirar a volver, se aproxima, al menos en lo que respecta su incidencia sociopolítica pública y electoral, a lo llamaríamos saludable y oportuno.

No obstante, lo prudente y hasta aconsejable era o es que esos líderes se hubiesen preservados, institucionalmente, como entes o actores de consulta y referencia en tiempo de crisis o coyuntura de excepción, pero no, porque en mayoría la ambición de “volver” los hizo, casi a todos, hechura-alumno política de Joaquin Balaguer; y, esbozo, lamentablemente, fragmentario de Bosch o Peña-Gómez.

Pero insistimos: la gravitación política del expresidente Danilo Medina es la que más se asemeja a lo prudente e institucional, al menos cuando hablamos de administrar su presencia pública y saber aceptar el no intentar o querer “volver”. Y eso, marca una diferencia plausible….

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