Ser escritor en República Dominicana es lo mismo que proclamar, literalmente, que “los escritores dominicanos son mendigos y aventureros de la literatura nacional”.
Sí, mendigos escritores. Así podemos bautizar a quienes, con esfuerzos intelectuales espartanos y que lo hacen sin tener ninguna protección del Estado y mucho menos del poderoso sector privado, tienen -por vocación olímpica- la tarea de escribir libros con el primario interés de llevar orientación cultural a la sociedad que les ha tocado vivir.
Sobre este tema, tan espinoso y complejo, escribí hace varios meses. Y lo hice a propósito primero por la desaparición de prácticamente todas las librerías que funcionaban en Santo Domingo -especialmente las de la Zona Colonial-; segundo, por el cero apoyo a los escritores y tercero por el aparente empeño del segmento más negativo de nuestro país que aboga por la desaparición del libro impreso al considerar, en forma errónea, que debido al vertiginoso avance de la Internet y todos sus laterales tecnológicos, “es necesario que impere el libro digital”.
El reputado periodista Carlos Enrique Cabrera, en un interesante artículo, que coincide con mi opinión, escribió estas líneas: “Escribir en España es llorar. Hacerlo en la República Dominicana de hoy es morir -como mínimo- dos veces. Todo es, sin duda duro, escarpado y difícil en nuestro país. Si usted es escritor en la República Dominicana de hoy debe tener un férreo, decidido temple de héroe, una clara vocación de Hércules redivivo, a la par que debe ser (debería ser) tremendamente humilde y modesto”.
Recordemos que en el 2008 se creó en República Dominicana la llamada “ley del libro”, la cual fue institucionalizada con el número 502-08 y llenó de mucha alegría a los entes culturales y a los libreros.
Esa ley incluye la exoneración de pago de impuestos sobre la renta e Itebis a la importación y exportación de libros, a la industria editorial, a los ingresos de los escritores, a los montos de sus premios nacionales e internacionales.
También la obligación de dedicar el 0.5% del presupuesto de toda obra pública para construir bibliotecas, entre otras facilidades.
Pero, ¿ha funcionado esa ley? La respuesta todos la saben: Esa ley no ha funcionado.
Mientras tanto, los escritores dominicanos, sumidos en la mendicidad, siguen en la inopia, porque para poder publicar sus obras tienen que convertirse en pedigüeños consuetudinarios. ¡Y casi nunca tienen protección!.