Cada vez que el precio del petróleo escala o amenaza con escalar, la preocupación se apodera de la opinión pública. Y no es para menos. El peso del petróleo y sus derivados en la economía dominicana es muy alto y los altos precios tienen consecuencias muy negativas sobre la producción, el empleo y los precios.
También lo inverso es cierto: los bajos precios tienden a darle un fuerte impulso a la actividad productiva. Y eso fue precisamente lo que pasó entre 2015 y 2019: los extraordinariamente bajos precios del petróleo ayudaron enormemente a que, en ese período, cuando el precio medio anual del barril de WTI fue de 53 dólares, el crecimiento medio anual del PIB real haya sido de 6%. En contraste, entre 2008 y 2014, el precio de fue casi 89 dólares y el crecimiento fue de 4.3%.
Ciertamente, los altos precios del petróleo no es lo único que explica el menor crecimiento previo a 2015, como tampoco el bajo precio, por si solo explica el alto crecimiento en años recientes. Desde 2013 las exportaciones de oro, empujadas por los altos precios, agregaron más de mil millones de dólares por año a los ingresos corrientes de divisas del país. Junto a eso, gracias a la reactivación económica en Estados Unidos y España después de la crisis financiera global de 2009, los ingresos por remesas familiares crecieron a razón de 423 millones de dólares por año. Esto fue el doble de lo que crecieron entre 2008 y 2014. Además, los ingresos por turismo, también estimulados por la expansión de otras economías, duplicaron su crecimiento anual. Crecieron a razón de 480 millones por año, más del doble de lo que lo hicieron entre 2008 y 2014.
No hay nada de milagroso en todo lo anterior. Se trató, esencialmente, de un período en el que disfrutamos de un contexto externo muy favorable. Tampoco fue que contamos con un maravilloso modelo económico. De hecho, los temores bien fundados que generan precios más altos del petróleo hablan de lo contrario: de cuan vulnerable nos sentimos frente al efecto que pueda tener.
Las importaciones
Uno de los mecanismos a través de los cuales el precio del petróleo impacta en el crecimiento es la disponibilidad de divisas. Esta es una variable crítica para expandir la actividad económica en un país pequeño como la República Dominicana por el alto peso de los insumos importados en el valor de la producción de bienes y servicios, la dependencia de maquinaria y equipo importados para expandir la capacidad productiva y el elevado peso de las importaciones en la oferta total de bienes terminados. Cuando la disponibilidad de divisas se restringe, como cuando los precios del petróleo suben, la capacidad para importar otras mercancías como insumos, maquinaria y equipo, servicios productivos o bienes finales se restringe, haciendo más difícil producir, invertir o comercializar.
Entre 2008 y 2014, las factura petrolera media anual fue de poco más de 4 mil millones de dólares y el 25% del valor de todas las importaciones correspondió al petróleo y derivados. En contraste, entre 2015 y 2019 fue de 3 mil millones, un tercio menos, y explicó poco más del 16% de las importaciones. En 2016, cuando el barril de WTI llegó a su punto más bajo (43 dólares) la factura fue bajísima: 2,300 millones de dólares o el 13.4% de todas las importaciones.
Lo anterior significa que, en promedio, entre 2015 y 2019, la economía tuvo a su disposición mil millones de dólares más por año de lo que tuvo en el pasado y que, con lo que se ahorró por el bajo precio, pudo incrementar las importaciones no petroleras en cinco mil millones.
Un ejercicio aritmético simple sugiere que si en 2020 el precio promedio del barril de petróleo (o su equivalente para el resto de los hidrocarburos terminados que importamos) sube desde 53 dólares (precio medio en 2019) hasta 70 dólares, y el volumen importado creciera en 3% (por debajo del promedio entre 2009 y 2019), la factura petrolera subiría en más de 1,300 millones de dólares y se ubicaría por encima de los 5 mil millones. Esto reduciría en ese mismo monto la capacidad de importar otros bienes y servicios y haría retornar la participación de las importaciones petroleras en las importaciones totales desde 18% en 2019 hasta casi 24% en 2020, muy cercano al 25% que se observó entre 2008 y 2014.
La inflación
Un segundo aspecto en el que el precio del petróleo tiene mucha incidencia es en los precios domésticos y también a través de ellos afecta la producción. Por una parte, junto con el tipo de cambio, el precio del petróleo determina directamente el de los hidrocarburos y el costo de generación de energía eléctrica. Por otra parte, como el transporte y la energía participan en los costos de producción y distribución de todos los bienes y servicios, afecta sus precios.
Cuando los precios de los hidrocarburos y la energía suben, éstos se trasladan a los precios de todos esos bienes y servicios y reducen su demanda. Aunque la intensidad de la reducción de la demanda depende de cuán sensible sea ésta a los cambios en los precios (elasticidad), termina impactando negativamente la producción. Los precios más elevados de los hidrocarburos se traducen en menos capacidad de demanda en el país. Esa capacidad de compra que perdemos, la ganan los países productores y exportadores de petróleo.
Aunque en los últimos años la inflación ha sido baja (2.6% promedio anual entre 2015 y 2019) y se ha venido reduciendo (entre 2008 y 2014 fue 4.8%), eso no significa que los cambios en los precios del petróleo no hayan tenido efectos. De hecho, los bajos precios del petróleo, junto a una política monetaria generalmente restrictiva, son los factores que explican la baja inflación.
¿Acaso la inflación aumentaría si los precios del petróleo subieran mucho? Si las autoridades no hacen nada, sí. Pero lo más probable es que, si eso sucede, éstas adoptarían una política monetaria aún más restrictiva. Procurarían reducir la inflación de origen monetario aún más para compensar el efecto inflacionario del petróleo. Y eso significaría menor liquidez en la economía, tasas de interés más elevada, menor demanda y menos actividad económica.
Otro elemento para considerar es que la inflación que se origina en el costo de los combustibles tiende a afectar más intensamente a los estratos de ingresos más altos porque éstos gastan, en términos proporcionales, más en transporte y energía, que los estratos de ingresos más bajos.
El presupuesto
Por último, un aumento de los precios del petróleo impacta en el presupuesto por tres vías. La primera es que incrementa las recaudaciones por el impuesto ad valorem a los hidrocarburos.
Aunque el incremento de precio puede reducir la demanda, ese efecto es pequeño porque esos productos tienen sustitutos escasos. Un tercio de toda la recaudación por impuestos a los combustibles es por ese impuesto. El presupuesto de 2020 estima ingresos por ese impuesto por unos 23 mil millones. El resto de las recaudaciones esperadas (44 mil millones de pesos) es por el impuesto específico. Si el precio del petróleo subiera a 70 dólares y la demanda no se viera afectada, los ingresos públicos podrían incrementarse en 7 mil millones de pesos.
La segunda vía es que incrementa el subsidio al sector eléctrico porque en la medida en que sube el costo de generación, aumentan las pérdidas de las empresas distribuidoras, incapaces de cobrar entre el 25% y el 30% de la energía que proveen a sus clientes. Al considerar la provisión de energía que hará Punta Catalina, la ley de presupuesto de 2020 prevé un subsidio al sector eléctrico de 24 mil millones de pesos, 18 mil millones menos que en 2019. Si el precio del petróleo sube hasta 70 dólares, ese subsidio podría crecer en 4 mil o 5 mil millones de pesos.
La tercera es que, como el aumento del precio del petróleo contribuiría a reducir el crecimiento del nivel de actividad económica, también se reduciría el crecimiento de las recaudaciones tributarias.
Es evidente que las implicaciones de un incremento en los precios del petróleo y de los combustibles tiene repercusiones amplias y negativas sobre la economía y no hay manera de evitarlas en lo inmediato porque, por el momento, se trata de un insumo vital e insustituible.
La apuesta obvia ha sido harto dicha: hay que lograr, a mediano y largo, una diversificación energética que reduzca la dependencia de los derivados del petróleo, y que ponga especial énfasis en energías renovables y menos contaminantes. Es la manera más clara que existe, junto a los esfuerzos por alcanzar mayores niveles de eficiencia energética, para reducir la alta vulnerabilidad de la economía a las alzas de precios.