Luego de casi un año de debate sobre la posibilidad de una nueva reforma a nuestra Carta Magna para beneficiar al Presidente con la posibilidad de una tercera postulación y de una agónica espera que mantuvo en zozobra nuestra sociedad y que llevó a extremos inaceptables la rivalidad entre las facciones de los dos líderes del partido oficial, el Presidente finalmente se dirigió a la Nación para expresar su decisión.
Consagrando expresamente la Constitución que el Presidente solo podía postularse y gobernar por dos períodos consecutivos, parecería inútil todo el escarceo y la prolongada espera sobre su decisión, la cual en un Estado de Derecho no debía ser otra que la de que se respetara el mandato constitucional, que por demás había sido promovido por este.
Los que apostaron al continuismo, convencidos de que el poder absoluto es capaz de conseguir cualquier cosa y a cualquier precio, o los que lo impulsaron por conveniencia sin medir sus nefastas consecuencias, ante el curso inesperado para ellos de los acontecimientos, intentan mantener presente la amenaza de una reforma constitucional.
El presidente en su discurso confesó haber evaluado la posibilidad de optar por un nuevo período presidencial, destacando los múltiples acercamientos de líderes de su partido y de diversos sectores de la vida nacional que así se lo pidieron “preocupados por la posibilidad de que se pongan en peligro los avances económicos y sociales”, pero señaló que “hay normas y principios que trascienden la labor de un hombre o de un gobierno”, “valores que deben prevalecer más allá de cualquier circunstancia o coyuntura por difícil que parezca”, como lo es “poner siempre los intereses nacionales e institucionales por encima de cualquier interés particular o partidario”.
Esa conclusión de haber estado fundamentada en un inequívoco compromiso con la institucionalidad no habría tenido un parto tan doloroso como demorado, en el que tuvieron que actuar como fórceps para causar el alumbramiento, un rechazo mayoritario de la sociedad a la reforma, una dificultad jamás vencida por completo de obtener los votos para la aprobación, manifestaciones impulsadas por la facción disidente del partido oficial y por otras organizaciones políticas y sociales, mensajes directos de reprobación de influyentes actores de la política internacional, y un entorno regional convulso que pone en evidencia cada vez más que vivimos nuevos tiempos en los cuales las redes sociales tienen un gran poder.
Como suele ocurrir una serie de factores se conjugaron para que el presidente, como buen estratega político, anunciara su dilatada pero correcta decisión, dejando ver claramente que la misma no significa ceder ante su contrincante. Pero de inmediato los coros de voces oportunistas pretenden engañar con el regalo envenenado de reformar la Constitución incluyendo otros aspectos, pero con el objetivo de habilitar al presidente para un nuevo período, como si la Constitución fuera un instrumento para complacer a ciertas personas.
El sistema retomado en el 2015 de dos períodos y nunca más, fue el que mayor respaldo obtuvo en las consultas populares previas a la reforma del 2010, y debe permanecer. Los pasados presidentes en todos los países en los cuales impera, o en los que no existe la posibilidad de reelección, simplemente cumplen su rol como tales.
Rechacemos firmemente estos perversos aprestos que solo buscan mantener los vicios que han maleado nuestra historia republicana, los que no deberían gozar del apoyo del presidente, si de verdad está comprometido con los intereses nacionales e institucionales como dijo. No permitamos que se desperdicie la oportunidad que tenemos de finalmente avanzar como Nación asumiendo el respeto a la Constitución y a su indispensable estabilidad, y erradicando su dañino tratamiento como simple pedazo de papel.