Para que se tenga una idea del poder de las redes sociales en la orientación y la información pública, es indiscutible afirmar que sin la existencia de Facebook, Twitter, Instagram y los chats de WhatsApp, fundamentalmente, el pueblo dominicano no habría sido convocado con tanta eficacia a #MarchaVerde por el fin de la impunidad y la corrupción.
Otro ejemplo. Juan González (Guanchy), activista de los derechos sociales en Moca, llevaría más de cuatro meses en prisión luego de que litorales desesperados del Gobierno intentaron sindicarlo en el tráfico de drogas.
Por suerte, una mujer que atendía un niño, o alguien que estaba a su lado, conforme los audios que se escuchan en la grabación, filmó con su celular inteligente y puso en las redes sociales el momento en que uno de los policías usados para la maniobra colocaba en el automóvil del dirigente comunitario “la sustancia blanca” que según la Policía se presumía era “droga”.
Esas fueron las explicaciones públicas planeadas para servir de base al natimuerto expediente en contra del también dirigente local de Marcha Verde. El resto del fracaso de la acción contra Guanchy, que fue también en contra de las causas que él defiende, es conocido por todos.
Es lugar común considerar que las redes sociales tienen, como agentes de distribución de la información, el valor agregado que les dan la TV, los periódicos y la radio, en una suerte de feedback en el que unos y otras se retroalimentan de la ocurrencia de hechos que son noticias o que, simplemente, se entiende deben trascender al público.
El de las redes sociales y el periodismo ciudadano que a través de ellas se ejerce, es un inmenso poder liberador, como hemos visto en los dos ejemplos expuestos.
Por eso las redes sociales no gustan a los pontífices de la comunicación que siempre la han manipulado en beneficio de intereses particulares, que apartan a un lado su carácter social.
Facebook, la más poderosa de las redes de Internet, se originó como un medio de comunicación e interacción entre estudiantes. Se asume que en su condición de red social sea, por ejemplo, un espacio adecuado a la comunicación a y la interacción personal, de grupos.
Nunca como hoy la comunicación emanó del poder de uno, del individuo, para trascender al ámbito público.
Pero esa trascendencia en las redes, con su impactante poder de persuadir, tiene también responsabilidades. Comunicar da poder, pero implica responsabilidades en cuanto compromiso con la realidad de los hechos y otros preceptos éticos no menos importantes.
La reflexión debe llevarnos a advertir que el poder de las redes sociales puede disminuir en la medida en que sea atiborrado de informaciones tóxicas, obscenidades o simple aireamiento de intimidades personales que carecen de mérito para trascender el ámbito público.
O que sirvan de instrumento a quienes sin capacidad para argumentar sus convicciones usen esas redes para denigrar, descalificar, tratar de dañar a quienes tienen ideas y opiniones diferentes.