Hace poco, un amigo me compartió una frase de su hermana: “Libérense de los lastres.” Me hizo reflexionar sobre los pesos invisibles que arrastramos sin darnos cuenta: creencias heredadas, normas impuestas, miedos que nos limitan y expectativas que nos encadenan. Muchas veces ni siquiera somos conscientes de cuánto influyen en nuestras decisiones hasta que nos preguntamos: ¿por qué sigo actuando así?
Desde pequeños nos enseñaron que el sacrificio es la clave del éxito, que todo lo valioso debe costar esfuerzo y que si no duele, no vale la pena. Pero con el tiempo comprendí que este enfoque puede ser una trampa. Cuando el sacrificio se convierte en norma de vida, dejamos de preguntarnos si realmente queremos lo que perseguimos o si solo lo hacemos porque nos dijeron que debía ser así. ¿Cuántas veces seguimos caminos agotadores sin detenernos a evaluar si nos hacen felices?
Otro lastre difícil de soltar es el miedo al cambio. Nos aferramos a situaciones que ya no nos hacen bien solo porque nos resultan familiares. Lo desconocido asusta, incluso cuando sabemos que lo actual no nos hace felices. Me pasó con relaciones, proyectos e ideas que defendí por costumbre. Nos decimos que las cosas podrían empeorar si tomamos otro rumbo, y ese pensamiento nos paraliza. Pero cuando me atreví a soltar, entendí que el cambio, aunque incómodo, es necesario y suele ser el primer paso hacia algo mejor.
También está la presión de encajar, de no desafiar el statu quo. Nos enseñaron a evitar conflictos, a priorizar la armonía sobre la autenticidad. Pero conformarse para no incomodar es otra carga pesada. Aprendí que cuestionar lo establecido no significa ser conflictiva, sino ejercer mi derecho a pensar y decidir por mí misma. Muchas veces nos callamos por miedo a la reacción de los demás, pero ¿qué perdemos cuando nos reprimimos?
A esto se suman los lastres culturales, aquellos que heredamos sin cuestionar y que dictan cómo debemos ser y actuar. Nos imponen caminos predefinidos, edades para cumplir ciertos logros y roles según nuestro género o clase social. Crecemos con expectativas que no siempre coinciden con lo que queremos, y a veces nos toma años darnos cuenta de que podemos desafiar esas normas. Romper con lo establecido puede generar culpa, pero también es un acto de libertad.
Y, por supuesto, está el miedo al fracaso, que nos paraliza y nos hace dudar de cada paso. Durante mucho tiempo evité riesgos por temor a equivocarme, hasta que comprendí que cada error es una oportunidad de aprendizaje. La vida no es una línea recta, y cada tropiezo nos acerca más a quienes realmente somos. Aceptar el fracaso nos libera de una presión innecesaria y nos permite avanzar sin tanto miedo.
Soltar estos lastres no es fácil. Requiere cuestionarnos, enfrentarnos a nuestras creencias y, sobre todo, atrevernos a cambiar. Pero es un proceso liberador que nos permite vivir con más ligereza, autenticidad y menos miedo.
La invitación es a reflexionar: ¿qué cargas llevamos sin darnos cuenta? ¿Cuáles realmente nos sirven y cuáles podemos dejar atrás? Porque la vida es demasiado corta para vivir atados a pesos muertos.