Entre el mar de disposiciones legales en que navegamos se contemplan prácticamente todas las hipótesis jurídicas y cada sujeto vulnerable se supone protegido -trabajadores, mujeres, consumidores, menores, inquilinos, pequeños empresarios, víctimas o agraviados- por lo que están dadas las condiciones para una convivencia organizada y pacífica. Si las leyes reflejaran la realidad, estaríamos en un espacio ideal, a fuerza de normas preestablecidas cuyo carácter obligatorio garantiza un régimen de consecuencias en que se prevén los accidentes de tránsito, los crímenes y delitos, los daños a terceros, las violaciones contractuales o las ejecuciones forzosas, entre muchas otras situaciones de cuidado.
Ley y orden, reza el lema de la policía y una famosa serie de televisión que transcurre, desde la investigación de los detectives para obtener las pruebas que precisa la acusación de los fiscales, hasta el proceso judicial con una sentencia condenatoria o absolutoria que provocarán satisfacción o impotencia, según quien fuera beneficiado.
Es evidente que se trata de un rompecabezas en que cada pieza cumple su función legal: no puede esperarse otro comportamiento de la policía y del Ministerio Público que el de buscar las evidencias para que el sospechoso sea declarado culpable. Tampoco tiene que asombrar que los abogados defensores critiquen esas actuaciones porque, en todo caso, representan los intereses de sus clientes y su objetivo es provocar, si no la anulación, por lo menos el desprestigio de esas pesquisas. Igualmente, lo esperable del juez es que se mantenga equidistante y emita su fallo de manera imparcial, conforme lo que considere de Derecho para lo que alguien quedará inconforme entre la solución binaria de inocencia o culpabilidad, de libertad o de su privación. Un sistema de justicia robusto se fundamenta en la fórmula de contrapeso, del que investiga, el que acusa, el que defiende y el que juzga; el desequilibrio surge cuando alguno no cumple sus atribuciones o invade el espacio del otro.
El buen desenvolvimiento de toda sociedad cuenta con que cada actor desempeñe cabalmente su papel dentro de los límites que le correspondan. Una norma está destinada al fracaso, mientras no tenga un sistema que procure su cumplimiento, bien sea por el temor a una sanción, si es violada, o bien por los beneficios que otorga, si es cumplida. La aspiración de innovación legislativa no pasa de ser una declaración de intenciones, mientras no se acaten las que están vigentes. Talvez no se necesiten nuevas leyes, más bien procurar el cumplimiento de las existentes; esa es la ecuación perfecta que resulta directamente proporcional, más leyes sí, pero también más orden y voluntad para que pasen de lo dicho a lo hecho, sin que exista trecho.