Eric Rivero
Productor Pecuario

En nuestra generación pocos imaginaron que una enfermedad podría paralizar el comercio y la movilidad global, pero la pandemia del COVID-19 evidenció las vulnerabilidades de los sistemas económicos y productivos del mundo, incluida la dependencia de muchas naciones en importaciones de alimentos.

Después de años de cambios importantes, sobre todo en la producción, industrialización y el transporte eficiente, sumado al control de los Estados Unidos sobre los mares, lo que le permitió el avance del comercio y el desarrollo de los grandes barcos que pudieron trasportar a bajos costos y sin problemas alrededor del mundo.

Durante años se promovió la idea de que ciertos países, a pesar de sus condiciones naturales y su cultura agropecuaria, debían concentrar sus economías en los servicios, por razones de ventajas comparativas y costos. Nuestra isla no fue la excepción. Sin embargo, la realidad ha demostrado lo contrario.

Nada más incierto, un mundo cada vez más convulso en el tema no solo de la geopolítica, población y cambio climático, pone cada vez más en las agendas de países como el nuestro la necesidad de promover y apoyar de manera decidida y constante la producción agropecuaria local.

Cuando en 2020 la pandemia sacudió al mundo, vimos imágenes de supermercados vacíos en las principales potencias del mundo, donde productos básicos como leche, carne y papel higiénico desaparecieron de los estantes. En contraste, en nuestra pequeña isla caribeña la producción local respondió con eficiencia a las necesidades de la población. Gracias a la perseverancia de nuestros productores, la resiliencia, el apoyo gubernamental y nuestra cultura agropecuaria, evitamos la escasez y aseguramos el abastecimiento interno.

Hoy, una nueva crisis resalta la importancia de la producción local: la escasez de huevos en Estados Unidos debido a problemas sanitarios en su industria avícola. En algunos estados, los precios han alcanzado hasta un dólar por huevo, lo que equivale a 62 pesos dominicanos, y los consumidores enfrentan restricciones de compra. Mientras tanto, en nuestro país la situación es diferente. Nuestra condición insular nos ha brindado cierto resguardo ante estas enfermedades y el trabajo conjunto entre autoridades y productores ha permitido que la producción de huevos crezca a niveles que incluso posibilitan la exportación.

A Estados Unidos solo le queda invertir, trabajar y esperar una nueva generación de gallinas que le tomará muchos meses para volver a la normalidad y, peor aún, sin opciones factibles de encontrar en el mundo los huevos que puedan suplir esa demanda.

El caso del COVID-19 y la crisis del huevo en Estados Unidos nos deja una enseñanza clara: la autosuficiencia alimentaria es clave para la estabilidad y la soberanía de un país. Comer es una necesidad fundamental, y garantizar la producción local de alimentos debe ser una prioridad.

Debemos seguir apostando por la inversión, el fortalecimiento de controles sanitarios y el apoyo decidido a nuestros productores. Solo así aseguraremos un país desarrollado, libre y soberano, como lo soñó nuestro padre de la patria, Juan Pablo Duarte.

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