Aunque todo el mundo le decía GuelMí, su nombre verdadero era Miguel.
Fue que desde muchacho se impuso a relajar diciendo las cosas al revés y no fueron una ni dos las veces que se metió en tremendo lío por este tipo de invento. Ya hombre se casó con Josefa, y ni eso le quitó esa vieja maña que muchas veces eran jocosidades, pero que otras veces pudieron ser tragedias.
Para ilustrarle mejor esta historia, GuelMí o Miguel de repente te salía con frases como “mira tú, pásame esa comida pa’comeme esa cuchara”. O “muchacho, tráeme la enramá que está amarrá detrás del burro”.
Y una de las más famosas. Cuando salía del río junto a sus amigos decía: “déjame bañarme que ya me puse la ropa”.
Una vez iba en su mulo hacia su propiedad cuando uno de sus compadres le preguntó, ¿para dónde va GuelMí?… y con su naturalidad ya conocida, él le contestó “voy pa’mi conuco a bucá “yerba” pa’ la gente y comida pa’ los animales”.
Gran susto
GuelMí se dejó llevar tanto por esta forma de hablar, que la gente comenzaba a pensar que estaba loco. Pero un día se vio en apuros. Fue una vez que tuvo que bajar al pueblo y encañonado por una patrulla de la guardia a medio camino, por poco pierde la vida.
El guardia lo conminó a bajarse del mulo y le preguntó con tono enérgico que quién era él. Asustado y con la voz entrecortada atinó a decir: “Yo soy Josefa, la mujer de GuelMí”.
El guardia se sintió burlado y lo amenazó con darle un culatazo a lo que GuelMí le imploró: “Ay guardia, no me dé con la cabeza que me va a partir el fusil”, lo que provocó la risa de toda la patrulla.
“Pues déjame darte con la boca pa’tumbarte los dientes del puño”, le dijo el guardia que fue sujetado por sus colegas. “Tú no ves que es un loco, deja que se vaya”, le dijeron los otros soldados, para alegría de Miguel, que hasta ese día se llamó GuelMí.