Nuestra diplomacia, durante décadas, ha manejado el tema haitiano con prudencia, con admirable equilibrio entre los que promueven el enfrentamiento en nuestra isla y los que buscan una absurda unidad política. De esos radicalismos se ha alejado. Ahora bien, en ocasiones hay que asumir enérgicas posturas, pues un Haití inestable en todos los sentidos y cada vez más pobre, también nos perjudica como nación. Las razones son evidentes.
Nuestras autoridades, desde hace meses, han intensificado su reclamo para que el mundo se preocupe y ocupe de Haití, y este aspecto fue el principal de la recién finalizada XXVIII Cumbre Iberoamericana, de la que fuimos sede, con la participación de la mayoría de países con derecho a estar presentes.
Allí el presidente Abinader expresó con firmeza: “La única forma de actuar con Haití es pacificar a Haití… la comunidad internacional no puede permitir que siga esa situación en Haití”. El respaldo recibido fue prácticamente unánime. Por ello el jefe de Estado resaltó: “… lo que yo pienso es que ya la Comunidad internacional, y específicamente Estados Unidos y Canadá y, añado también a Francia, deben tomar el liderazgo y van a contar con el apoyo, también, como han contado anteriormente, con países iberoamericanos”.
Ese es el camino correcto en el presente y en el futuro inmediato, agregando el inicio de una inteligente campaña internacional para que se conozca que aquí no existe el “apartheid caribeño”, ni ese odio racial del que algunos nos acusan.
Es difícil que haya dos naciones fronterizas tan distintas como la nuestra y la haitiana. Ni Israel y Palestina, ni Irak e Irán, para citar algunas. Nuestras diferencias accidentales son enormes: idioma, raza, religión, historia, música, pinturas o deportes. A pesar de ello, entre dominicanos y haitianos existe una relación de armonía, con pocos enfrentamientos, como si tuviéramos más semejanzas que contrastes. Es algo extraño y pienso es irrepetible en el planeta.
Los haitianos van a los mismos lugares que el dominicano. Transitan libres por nuestras calles. Tienen instituciones que los protegen. Bailan y cantan nuestras bachatas. Compartimos nuestra alegría y penurias. Los contratamos en la construcción, la agricultura y como empleados domésticos.
En el campo jurídico, los trabajadores haitianos, sean legales o no, tienen los mismos derechos laborales que los dominicanos; un apreciable porcentaje de parturientas en nuestros hospitales son haitianas; en nuestras universidades hay miles de haitianos estudiando, caracterizados por su buen comportamiento. En resumen, los dominicanos subvencionamos la salud y la educación de miles de haitianos.
Nuestro gobierno ha sumido con responsabilidad la situación haitiana, su voz está llegando, sobre todo en Iberoamérica que se ha identificado; apoyémoslo, que de ahí también depende el porvenir de nuestra patria.