Luis Córdova
Especial para elCaribe

Luis Abinader se ha empeñado en ser un político distinto, y el contexto en el cual ganó la presidencia le ofreció condiciones para demostrarlo: el país encerrado por la pandemia y sus incertidumbres, la potenciación de la anticorrupción como eje y el resquebrajamiento del principal partido político del presente siglo, que con su división, dio paso al poder a uno que se presentaba por segunda vez al electorado.

El contexto personal también le favorecía. Abinader es el primer presidente dominicano nacido en la posguerra, para los que entienden que aquella gesta marcó un hito. Su adolescencia y vida adulta se desarrollaron bajo el amparo de una democracia formal, aunque intermitente y postelectoralmente conflictiva. Su perspectiva política y estilo de liderazgo, forjados tanto por convicción como por generación, parecían alejarlo de los caudillos que dominaban las décadas anteriores.

Para llegar a la mansión de Gascue, los perremeístas procuraron a toda costa la diferenciación del partido de origen. Aunque la candidatura de Abinader fue la más evidente y favorita, el partido evitó consolidarse como un vehículo exclusivo de su liderazgo, priorizó la estructura sobre el personalismo. Así, en 2016, 2020 y 2024, no se percibió un “luisismo” definido.

El ejercicio de sus gobiernos no ha manifestado la tentación de la tradición caudillista que desde Santana hasta la fecha, ha mantenido a los dominicanos siguiendo a personas más que partidos, personalidades más que ideologías y temperamentos más que ideas. El balance de los ismos es evidente: más “balagueristas” que reformistas, apóstoles “peñagomistas” y aunque los peledeístas declararon como ideología al boschismo, los pactos que le llevaron al poder obligaron a renegar de las boinas y puño izquierdo por la “ele” del “Leonelismo” que hasta hace poco compartió escena con el “danilismo”.

Pero, ¿y el Lusismo? ¿Es necesario? Sí, y urge su construcción. Si bien el PRM, en el momento de su construcción sustituyó la del liderazgo particular por el colectivo, se anuncia con la generación de relevo que emergen las corrientes.

La Constitución del 27 de octubre de 2024, reitera la imposibilidad de continuar o volver al poder y las preguntas empiezan a girar: ¿Quién compacta sus fuerzas a lo interno del partido? ¿Quién recoge las banderas que Luis y solo Luis promovió al despuntar el primer decenio de este siglo? ¿Quién cobra electoralmente lo bueno de su gestión?

Romper la tradición no es fácil, ni saludable cuando sucede abruptamente. Quedó claro en México, a pesar de toda la tradición de “el tapadismo”, se impuso a López Obrador y su favorita le sucedió en el poder.

Para la figura histórica, la preservación de la impronta y la promoción del legado o el dominio mismo del Partido. El librito criollo recomienda construir su “ismo”.

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