Frank Sheeran, el pistolero irlandés que retrata con maestría Scorsese, combatió con gallardía hierática, en la Segunda Guerra Mundial. Estuvo en acción 411 días seguidos. Un tiempo que marcó un antes y un después en su vida, para cambiarle para siempre.
Hay momentos, incluso para esos pistoleros como Sheeran, al servicio del crimen organizado y responsable de la desaparición del líder camionero Jimmy Hoffa, uno de los misterios más grandes de la historia norteamericana del siglo XX, en los que la vida te da un vuelco. Algo así como a Pedro Sánchez, cuando los resultados arrojados por las elecciones generales le dieron la victoria, pero no superó el óbice de no obtener una mayoría suficiente para gobernar en solitario, después de cuatro elecciones consecutivas prácticamente, desde diciembre de 2015.
Sánchez ha recibido de Felipe VI un encargo claro: formar gobierno para ser de nuevo presidente de España. El candidato socialista tiene que bordar con mucho cuidado todas las negociaciones para no sufrir un nuevo fiasco. La última vez, en julio pasado, fracasó y perdió en las votaciones de investidura.
Y es que lo de “al mal tiempo buena cara” se hace difícil cuando tras un mes de acercamientos a ERC y Unidas Podemos para constituir un gobierno de izquierdas no se llega a nada, cuando el sentir de las vetustas dos Españas, cada día, desencadena un mayor revulsivo social, o cuando el presidente de la Generalitat, Quim Torra, mira para otra parte, o el el líder de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), Oriol Junqueras, insiste entre rejas, en un diálogo bilateral entre gobiernos.
Sánchez podría encabezar un gobierno constitucionalista apoyado en los votos del PP y Ciudadanos. Ahora bien, la encrucijada con Podemos le hace hilar tan fino y con la misma sutileza que la de los más grandes atelieres de la historia de la moda contemporánea.
Que le faciliten gobernar es algo cada vez más complicado y sí, en el fondo, Sánchez es consciente de ello. Sobre todo, cuando sabe que a medida que pasan los días, va perdiendo confianza entre la ciudadanía. El tiempo no juega a su favor.
¿Unas nuevas elecciones anticipadas? Bueno, con toda probabilidad darían la victoria a la suma de las tres derechas, lo que provocaría unas consecuencias demoleradoras. Desafiaría al espectador de a pie, y lejos de la empatía, provocaría una razonada desazón imprevisible, aún, lejos de poder cuantificar.