Desde pequeño soñó con los aviones que sobrevolaban por su campo. Cuando observaba esa ave de hierro que podía permanecer en el aire, a pesar de su gran tamaño, una sensación indescriptible de magnificencia lo deleitaba, a un nivel que se le fue gravando en el alma y en los pensamientos.
A partir de ahí, su aspiración se convirtió en obsesión de salir al extranjero en la búsqueda de ese mundo maravilloso e irreal que desconocía -pero había visto en películas- que esperaba por él como en las historietas que devoraba con avidez llenas de jeques, superhéroes y princesas.
Para reforzar su convicción, vio durante toda su joven existencia a sus tíos llegar de “los países” repletos de regalos, repartiendo billetes verdes nuevecitos -no los hediondos a que estaba acostumbrado- y cómo todo el mundo los adulaba. Así quería llegar a ser él y en eso enfocaría todas sus energías para escapar de ese entorno anodino y mediocre en que le había tocado vivir.
Entre mil malabares, mucha insistencia y una buena dosis de ilegalidad, llega a la metrópoli soñada que resultó ser una mole de cemento de individuos acelerados que circulaban en todas las direcciones, como si estuvieran constantemente retrasados. Los edificios imponentes parecían venirle encima, pero no se amilanaría porque su historia apenas comenzaba.
Logra emplearse en trabajos diversos que nunca hubiera realizado en su lar nativo, pero lo hace con la convicción de que, calculado el salario por la tasa de cambio nacional, rinden bastante en su país. Intensifica sus esfuerzos en múltiples labores para poder mandar remesas a los suyos, solo así puede callar su conciencia por haberlos dejado atrás y auto convencerse de que su sacrificio ha valido la pena. Aun con los años de permanecer en esa nación majestuosa, sigue siendo el infiltrado dentro de una sociedad que no le pertenece ni lo reconoce como parte de ella, en la que se le considera un intruso, por más valiosos que fueran sus aportes.
Pasado el tiempo, que a su paso es implacable, ya solo piensa en cuántos años le quedan para retornar, decisión directamente proporcional con el capital acumulado para poder sobrevivir. Ya está cansado de ser anónimo, de representar un número más en un mar de desconocidos, de no importarle a nadie, de que su vida solo sea dormir, comer y trabajar y de que el frío le cale los huesos.
Regresa cuando puede a su país, que no es el mismo que abandonó antes, le resulta difícil adaptarse al sistema y no lo conocen donde vive (a unos los dejó muy pequeños y los otros, fallecieron). Ahora, es solo el emigrante que se fue hace años y que vino de retiro a contar historias de su estadía en la tierra prometida, que, en realidad, nunca lo fue.