“La estabilidad de los gobiernos autoritarios depende de la capacidad que tengan de excluirnos de la realidad, de hacer creíble la realidad fabricada en la que viven.”
Hannah Arendt
Ha llegado el tiempo de comenzar a pensar seriamente en el futuro, y de hacerlo con el ojo en una crisis cuya magnitud podemos sintetizar en “el agotamiento del modelo”.
Desde las dos últimas décadas del siglo XX apareció con claridad la incompatibilidad del sistema neoliberal con la llamada democracia liberal. El carácter antidemocrático del neoliberalismo se ha intentado ocultar mediante el artificio de quitarle las decisiones importantes a la política y de presentar al Estado como el principal problema y nunca como la solución.
El éxito de esa maquinación ha sido tan evidente que las élites reclaman por la democracia en Venezuela o en Cuba, mientras voltean la vista cuando se trata de la democracia en El Salvador, Argentina, Ecuador o Perú. Ante esa realidad, a estas alturas habría que comenzar a hablar en serio y abandonar por improcedente e inútil el expediente de las elecciones como la prueba irrefutable de sanidad política. En El Salvador, entre otros hechos, luego de desmantelar tribunales se aprobó la reelección que estaba constitucionalmente prohibida; en Perú se derrocó a un presidente elegido en una elección que no había tenido reparos mayores y todavía no se reemplaza “democráticamente” a la usurpadora y en Argentina las calles están llenas de gente intentando evitar la destrucción de las últimas instituciones del Estado de bienestar. En Ecuador se asalta una embajada con fuerzas militares y, salvo muy contados países, no se oyen reclamos significativos.
Hace unos días un candidato en las elecciones de mayo habló del “tráfico de vientres” refiriéndose a mujeres. Ante tales expresiones a uno no le queda más que ver lo obvio: que se están traspasando límites que la humanidad si quiere considerarse como tal no se puede permitir. Al escucharlo recordé a Pedro Mir en su largo poema “Amén de Mariposas”, “me dije: la sociedad establecida ha muerto”. Cada minuto de cada día muere la sociedad establecida en Gaza bombardeada con fósforo blanco. Muere también cuando se celebra la exposición en televisión de seres humanos semidesnudos en las cárceles de Bukele, muy pocos de ellos condenados. Las imágenes sirven para levantar, eso sí, las voces ultraderechistas que celebran la posibilidad de imitar tales atentados a la dignidad humana.
No es posible que la humanidad tolere mucho tiempo más mirar para otro lado. Pero mientras llega esa hora, la reflexión crítica debe comenzar por reivindicar la política y no dejar que se desnaturalice como consecuencia del buenismo “woke”, ahora el objetivo de la política son los acuerdos, no la construcción de los proyectos colectivos que fuimos abandonando en medio de la represión, de la muerte y de la incapacidad de comprender lo que estaba pasando. Miguel Enriquez hace muchos años alertó ante este peligro “Esta táctica está irremediablemente condenada al fracaso, pues buscando aliados en el campo contrario los pierde en el propio.”
Agreguemos que esa búsqueda estrafalaria de acuerdos se hace siempre entre las élites que no reconocen como actores a los movimientos populares, y transforman la acción política en una aspiración que no supera la pura gestión conservadora.
Susan Neiman en su más reciente libro “La izquierda no es woke” nos dice: “Lo que más me preocupa aquí son las formas en que las voces contemporáneas consideradas de izquierda han abandonado las ideas filosóficas que son centrales para cualquier punto de vista de izquierda: un compromiso con el universalismo frente al tribalismo, una distinción clara entre justicia y poder y una creencia en la posibilidad de progreso. Todas estas ideas están conectadas entre sí.”