Apenas habían transcurrido unos minutos de la una de la tarde del sábado 24 de abril de 1965, cuando el programa Tribuna Democrática, órgano radial del Partido Revolucionario Dominicano, liderado en ese entonces por el profesor Juan Bosch, interrumpió su transmisión con los acordes de La Marsellesa.

Tras escucharse su última estrofa, la estentórea voz de José Francisco Peña Gómez irrumpió en las ondas para anunciar al pueblo que el campamento militar 16 de Agosto se había levantado en armas para deponer el gobierno de facto del Triunvirato y restablecer en el poder al gobierno constitucional del profesor Juan Bosch.

Ese solo anuncio fue el acicate para que los barrios populares se lanzaran a las calles a festejar el retorno a la constitucionalidad y, por ende, la vuelta al poder du su líder, Juan Bosch, quien en sus siete meses de gobierno había emprendido profundas reformas sociales, como la prohibición del latifundio, el reconocimiento de amplios derechos laborales, la igualdad de los hijos, la separación de la iglesia y el Estado.

1 año y 7 meses había transcurrido desde que se produjo el golpe de estado, y en ese lapso, el gobierno de facto, un Triunvirato originalmente integrado por Emilio de los Santos, Ramón Tapia Espinal y Manuel Enrique Tavares Espaillat había experimentado la renuncia del primero de sus miembros, que había sido sustituido por Donald Read Cabral, para meses más tarde producirse la dimisión del tercero mencionado y ser reemplazado por Ramón Cáceres Troncoso, quien junto a Read Cabral ostentaban el poder cuando se produjo el levantamiento militar del abril de 1965, pues en esa fecha ya Ramón Tapia Espinal se había marchado.

En su gestión el Triunvirato se caracterizó por la represión, con la persecución, prisión y extradición de numerosos opositores, especialmente miembros del Partido Revolucionario Dominicano y de las organizaciones marxistas, por una gestión económica que provocó un incremento desmedido de las importaciones y una reducción de las exportaciones, con el consiguiente desequilibrio en las finanzas públicas y como secuela una inflación que golpeó duramente los bolsillos del pueblo; y por una corrupción que involucró amplios segmentos de la cúpula militar lo que condujo finalmente al disgusto de la oficialidad media de las Fuerzas Armadas.

En París, donde se encontraban numerosos exiliados desterrados por el Triunvirato, casi todos de los partidos de ideología marxista, y unos pocos estudiantes de Derecho, quienes habían sido becados por el gobierno del profesor Juan Bosch, la noticia del derrocamiento del Triunvirato se conoció en la mañana del domingo 25 abril.

Era época de la noticia transmitida por teletipo, que llegaba a las salas de redacción de los periódicos, estaciones de radio y televisión varias horas después de haber sucedido el hecho, y con la diferencia horaria entre Francia y la República Dominicana, aquel suceso de la tarde del 24 de abril en Santo Domingo vendría a conocerse en París en las primeras horas del día siguiente.

Ni Le Figaro en la mañana ni Le Monde en las primeras horas de la tarde publicaron la noticia y en los días siguientes su difusión apenas mereció unas cuantas líneas en páginas interiores, posiblemente interpretada como un golpe más de los que en esa época acontecían frecuentemente en América Latina.

Vine a conocer el suceso porque en la mañana del 25 de abril llegó de visita al hotel donde me hospedaba José Aníbal Sánchez Fernández, miembro del PSP y expulsado del país por el Triunvirato, quien había recibido la información del levantamiento, y quien me la comentó como un golpe de estado auspiciado por los norteamericanos debido a la corrupción imperante en el gobierno de facto y al temor de que esta condujera a un levantamiento que desembocara en una revuelta popular de signo izquierdista.

Tras producirse el desembarco de los primeros marines norteamericanos el 28 de abril, los diarios comenzaron a interesarse por los acontecimientos dominicanos. Tanto Le Figaro como Le Monde traían informaciones diarias sobre los acontecimientos, y de vez en cuando le concedían una primera página.

Desde luego, Le Figaro asumía un sesgo en que se vislumbraba la defensa de los intereses norteamericanos y, en cambio, Le Monde se mostraba proclive a las fuerzas que luchaban por el restablecimiento de la Constitución de 1963. Así, el primero, calificaba a estas como rebeldes, y el segundo como constitucionalistas; y mientras este último hacía énfasis en la defensa de la soberanía nacional y la condenación al intervencionismo norteamericano, aquel resaltaba la denuncia norteamericana de una supuesta infiltración comunista en el país caribeño y en las filas del pueblo en armas.

Para la época de los sucesos dominicanos Francia se encontraba gobernada por De Gaulle, que impulsaba una política exterior independiente y contraria a la hegemonía de los Estados Unidos y la Unión Soviética. Fiel a esta política, manifestó su desaprobación a la intervención, que calificó como una injerencia imperialista contraria a los principios de autodeterminación de los pueblos. La condena de De Gaulle, su malestar ante lo que se consideró como un retorno a la diplomacia de las cañoneras y un ejemplo de intervencionismo norteamericano en América Latina orientó la política exterior de Francia, y aunque el gobierno no llevó sus críticas ante los organismos internacionales, su postura firme ante la intervención norteamericana fue ampliamente conocida y vista con simpatía por el pueblo dominicano.

Precisamente, esas simpatías mostradas por el general De Gaulle a la causa dominicana y su respaldo al gobierno legítimo de Juan Bosch permitieron a los exiliados y estudiantes dominicanos residentes en Francia en abril de 1965 a manifestarse con absoluta libertad en sus acciones a favor de las fuerzas constitucionalista y en condenación a la intervención norteamericana.

Desde el primer momento se organizaron actos de protestas en las residencias y recintos universitarios, se constituyeron comités de amigos en procura de fondos y comparecencias y presentaciones en televisión. Fue así como Yocasta Valenzuela y quien escribe asistieron a uno de los más vistos programas de televisión de la época para ser entrevistados por casi media hora sobre la contienda dominicana, la composición social de las fuerzas que se enfrentaban y las posibles soluciones.

En estos esfuerzos es necesario destacar la figura del doctor Claudio Carrón. Dominicano de San Francisco de Macorís, quien estudió medicina en París en los albores de la Segunda Guerra Mundial, casado con francesa y quien perteneció a las Fuerzas Libres de Francia, el movimiento de resistencia creado por De Gaulle para combatir las tropas nazis de ocupación.

Carrón había sido el embajador del profesor Juan Bosch ante la Unesco, y después del golpe de 1963 se convirtió en un mecenas para todos los dominicanos que llegábamos a París. Ayudaba a los exiliados, independientemente de su filiación política, no solo económicamente, sino también en las dificultades que se les presentaban con las autoridades de migración.

A nosotros los estudiantes nos orientaba sobre la vida parisina, y cuando en pleno conflicto dejé de recibir el dinero del crédito educativo acudí a su auxilio y pudo encontrarme un trabajo de limpiador de ventana en uno de los edificios emblemáticos de París.

Gracias a Carrón se pudo constituir un Comité Francés de Solidaridad con la República Dominicana, presidido por Jean Cassou, escritor y antiguo miembro de la resistencia, del cual aquel fue su vicepresidente y al cual se adhirieron o respaldaron figuras como Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Serge Mallet, Elène de la Souchère, Gilles Martinet, Colett Audry y otros más.

Sartre personalmente se reunió con los dominicanos para solicitarles su orientación con respecto a la ayuda que se podía brindar a los constitucionalistas, y con lo decidido y acordado en otras convocatorias de la misma naturaleza se organizaron eventos con el objetivo de enviar medicamentos a las fuerzas constitucionalistas.

Naturalmente, para los dominicanos residentes en Francia en esa época lo más importante de estos movimientos de solidaridad era tratar de conseguir con el gobierno francés armas para enviarlas a los constitucionalistas, una simple ilusión de jóvenes idealistas que ignoraban los intríngulis y contradicciones de la política mundial. Algunos llegaron a desilusionarse, pero la mayoría comprendió que el gobierno francés con su conducta y sus pronunciamientos a favor de la constitucionalidad brindaba un servicio inestimable a la institucionalidad dominicana y un respaldo valioso a la figura del profesor Juan Bosch.

A Carrón, en el 60 aniversario de aquel abril, el homenaje más sincero de la dominicanidad. Su esposa, madame Carrón, murió en Santo Domingo, su hija Danielle casó con un dominicano, de los que estudiaban en Francia, y hoy vive en la Primada de América, y sus descendientes hoy son dueños y administran uno de los restaurantes más prestigiosos de la capital dominicana.

Con el doctor Carrón y Próspero Morales, quien luego sería el esposo de su hija, viajamos a Ginebra en junio de 1965 designados por el gobierno constitucionalista para representarlo en la Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT. Carrón presidía la comisión, Próspero Morales era el delegado de los trabajadores, Manuel Fernández Mármol era el de los empleadores, y quien esto escribe el consejero técnico. Fernández Mármol, quien se encontraba en Santo Domingo no pudo viajar, pero los demás, sufragados por Carrón llegamos a Ginebra y allí libramos una fuerte batalla para reclamar la representación del Estado dominicano.

La Francia de la fraternidad también se expresó en esos momentos con la convocatoria y realización de diversos actos en solidaridad con las fuerzas constitucionalistas, y fue así como los dominicanos que en ese entonces vivíamos en Paría nos vimos invitados a encuentros de defensa a la soberanía de la República Dominicana y en condena a la intervención americana promovidos por organizaciones sindicales, asociaciones estudiantiles, círculos de intelectuales y de movimientos de liberación de América Latina y África.

La solidaridad se expresó con tal fuerza que hasta resonó en el recinto augusto de la Academia cuando un profesor de La Sorbonne que examinaba oralmente a un estudiante dominicano se puso de pie y le pidió al alumno permanecer sentado, como un homenaje de reconocimiento a la lucha que librara en esos momentos su pueblo en defensa de su soberanía y de su Constitución.

Gérard Lyon-Caën fue ese profesor, y quien escribe fue ese estudiante, un gesto de la Francia de los derechos humanos a favor de un pueblo pequeño en horas difíciles para su independencia.

Loor a los héroes y mártires de la guerra de Abril, y reconocimiento imperecedero para Francia y su pueblo que nos apoyó en la batalla.

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