En pleno siglo XXI todavía causa estragos que una mujer haya expresado su interés en presidir un país, como si del final del mundo se tratara. Lo que resulta preocupante es que un acontecimiento que debió ser ordinario, sea motivo de tantas reacciones, como si no existieran suficientes méritos o fuera una concesión.
Ciertamente, desde el vientre de su madre, la niña tiene una capacidad de supervivencia mayor que la del varón y de sufrir menos daños neurológicos a largo plazo, conforme se ha demostrado científicamente con los bebés prematuros. Aprenden a gatear, caminar y hablar más rápido; son más despiertas, extrovertidas y ágiles; al que lo dude, que observe una velada del preescolar en que sacan a bailar a sus compañeritos, toman el ritmo rápidamente y enseguida asumen el liderazgo del evento impulsadas por profesoras que las entusiasman. En las aulas universitarias alcanzan altos niveles académicos y lo confirman con la obtención de honores superior al 50%. Mujer es disciplina, orden y perseverancia en cada ángulo de su vida y en todos los papeles que les toca desempeñar: desde cuidar a los niños, hasta asistir al marido (al que suelen sobrevivir) para recordarle los medicamentos y que puedan apoyarse en ellas ante la ancianidad (a la que usualmente llegan más lúcidas).
Cuando la liberación femenina era solo una quimera, la esposa que se quedaba en la casa administraba los exiguos ingresos del hogar producidos por el marido, educaba y curaba a los hijos y resolvía los conflictos con mejores resultados que un ministro administrativo, de educación, de salud o que un magistrado de la Judicatura. Maneja la discreción y las estrategias con mayor acierto que cualquier funcionario y conoce al dedillo a quienes le rodean con ese infalible radar de su sexto sentido que ha aplicado para detectar las malas compañías de sus hijos o a los amigos sospechosos del esposo, con solo mirarlos.
La mujer ha sabido ser tan inteligente como para dirigir tras las sombras para no ofender al que figura al frente, pero sin perder la sensibilidad y la humanidad que le es propia; fuerte ante las adversidades, tierna, si la ocasión lo amerita, pero inquebrantable ante lo que considera es incorrecto porque atenta contra sus principios para convertirse de cachorrito a leona si atentan contra sus principios que son innegociables. Es nuestra naturaleza, no es casualidad que Dios nos diera el privilegio de guardar un niño en nuestro vientre, esperarlo por casi un año, entregarlo al mundo, encauzarlo y no soltarlo jamás. Entonces, la gran pregunta con una mujer al mando no tendría que ser ¿por qué ahora? sino más bien ¿por qué no antes?