Varias veces al día me detengo y me pregunto: ¿Esto que estoy haciendo, sintiendo, pensando o decidiendo me acerca o me aleja de la vida que quiero?

A veces la respuesta me deja tranquila. Otras veces me incomoda, me pesa. Me deja claro que, aunque trate de hacerme la ciega, hay cosas que necesitan atención. Preguntármelo me mantiene despierta. Me obliga a ver con honestidad, sin excusas.

Porque es fácil perderse. Fácil quedarse donde una ya no quiere estar, seguir sosteniendo lo que pesa demasiado, hacer lo de siempre solo porque es lo conocido. Y lo peor es que regularmente ni nos damos cuenta. Nos convencemos de que estamos bien, de que no hay prisa, de que ya veremos después. Pero el después se vuelve nunca. Y la vida sigue.

No siempre se trata de grandes decisiones. A veces es algo tan pequeño que parece insignificante. Preguntas simples como: ¿Voy al gimnasio o no? ¿Leo o paso una hora haciendo “scrolling” en redes? ¿Hago lo que dije que haría o lo dejo para después?

Tengo presente que todo lo que somos hoy es el resultado de los pequeños sí y no que fuimos eligiendo antes.

Si todos los días me dejo para después, ¿qué estoy construyendo? Si todos los días elijo lo fácil, lo cómodo, lo automático… ¿qué versión de mí estoy fortaleciendo?

Y luego están las decisiones que pesan más: la gente con la que comparto mi vida, los proyectos en los que invierto mi energía, lo que permito, lo que acepto aunque me haga daño. ¿Esto me suma o me resta? ¿Me acerca a la vida que quiero o solo me mantiene ocupada?

No siempre tengo el valor de cambiarlo de inmediato, pero preguntármelo me obliga a reconocer la verdad. Y cuando la ves de frente, ya no puedes fingir que no está ahí.

No es solo lo que hago. También es lo que siento y pienso. Porque hay maneras sutiles de alejarse de lo que una quiere, y una de las peores es la forma en que nos hablamos.

Si no me hablo bonito, si no soy quien me empuja, ¿cómo espero avanzar?

A veces me descubro atrapada en pensamientos que no me llevan a ninguna parte. Me lleno de dudas, vivo desde el miedo. Y es ahí donde debo parar y preguntarme si esto ayuda o no. Entonces, me doy cuenta de que tengo el poder de cambiarlo. No siempre lo logro, pero cada vez soy más consciente.

No quiero despertarme un día y darme cuenta de que me traicioné en cada pequeña decisión. No quiero vivir con la sensación de que mi vida fue el resultado de la inercia y no de elecciones hechas con intención.

Por eso me hago esta pregunta, una y otra vez.

Y si la respuesta no me gusta, entonces ya sé lo que toca hacer.

Hoy te paso la pregunta a ti: ¿Esto que estás haciendo, sintiendo, pensando o decidiendo te acerca o te aleja de la vida que quieres?

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