Palacio-Nacional
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El gobierno atraviesa por un mal momento en su imagen. Basta observar que dos ministerios están acéfalos, en ambos casos por hechos que han estremecido a la administración de Luis Abinader. Medio Ambiente está dirigido por la vicepresidenta, Raquel Peña, luego de que hace poco más de un mes, en el propio despacho, fuera asesinado el ministro, Orlando Jorge Mera, según se ha dicho, la razón del crimen está vinculada a su función y el hecho fue cometido por un miembro del propio partido de gobierno.

Desde ayer, el Ministerio de la Presidencia no tiene cabeza, porque Lisandro Macarrulla pidió una licencia, todo después que su hijo y empresa figuran en la acusación de corrupción del caso Medusa.

La respuesta del gobierno al último acontecimiento es que muestra de la independencia del Ministerio Público, pero por más que se diga, fue un grande que cayó, y no cualquier grande, porque es más empresario que político.

Ahora que el gobierno cumple los dos años, sería bueno apagar algunos ruidos que molestan desde el principio, aunque se sabe que hacerlo no es tan fácil como decirlo. Hace falta pulsar la tecla F5 del gobierno para refrescar.

Preocupa mucho

Si existe una descripción al ambiente que reina en el país producto los últimos acontecimientos vinculados a las acusaciones de corrupción, es preocupación, desconcierto. Contrario a lo que muchos piensan, el temor no es solo para quienes cometieron, sin rubor, actos de corrupción a su paso por el Estado, el asunto es mucho más extendido. Ahora en los círculos se debate si vale la pena participar en política y en funciones públicas.

La preocupación llega porque los funcionarios y políticos están sometidos a la hoguera de las redes, y nadie se salva, pues cuando no es un grupo es otro. Pero también hay quienes temen que los vientos huracanados de la Procuraduría independiente sean tan devastadores como el gran tifón Sergio Moro, que arrasó en Brasil con la clase política y empresarial. El resultado de la ecuación fue perder-perder, nadie ganó, hasta el propio Moro terminó desacreditado. Su legado fue inestabilidad política y retroceso económico; un presidente populista y un fardo de nuevos pobres.

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