La ceremonia oficial del estreno del segundo mandato del presidente y del PRM, estuvo salpicada por el ruido que generó la decisión de trasladar la sesión de la Asamblea Nacional del Congreso al Teatro Nacional. El hecho provocó críticas, dentro y fuera del PRM.
Ese mismo 16 de agosto, día sagrado por el juramento de las autoridades electas, el Gobierno dominicano propició una declaración conjunta de cancilleres de varios países de respaldo a la oposición de Venezuela y de críticas a la dictadura de Nicolás Maduro. Un balance al Gobierno, en el anterior periodo y en lo que va del actual, no deja espacio a la duda de que es amante del corte de cintas, de obras públicas y privadas, de anunciar acuerdos, firmar pactos y anunciar nuevos (como el pacto por la calidad de la educación), convocar diálogos, como el iniciado con 27 partidos sobre Haití y declaratorias de intenciones.
Son acciones legítimas, necesarias y significativas que aportan, más que a la democracia, a la calidad del modelo de gobierno. Son signos propios de la buena gobernanza. En ese enfoque, el Gobierno se parece un poco a los organismos internacionales como la ONU y la OEA, cuyo rol nadie discute, pero en los hechos los logros y ejecutorias son escasos. Si hay dudas, observe el caso omiso que se le ha hecho a la ONU ante el drama humanitario de Gaza.
Los países que tienen monarquías, además de la familia real, tienen un jefe de gobierno, que se ocupa de los asuntos y ejecutorias propias del Estado (algo así como el Montalvo de Danilo), porque los poderes de los monarcas son simbólicos, ceremoniales y protocolares.
Los gobiernos del PRM, el primero y lo que va del segundo, en su accionar, son una especie de combinación, en el estilo, entre los organismos multilaterales y las monarquías. Ambos modelos se caracterizan por acciones de forma, nada de fondo, es decir, no ejecutan nada, pero para fines de portadas y titulares de periódicos y revistas, son fantásticos.
El PRM es un partido de gente seducida por el glamur del poder. Observen que nadie da la cara por los temas controversiales, pero que son necesarios para garantizar el desarrollo del país.