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La salud mental ha sido relegada por años, hasta que la pandemia de COVID-19 expuso la magnitud del problema. Sin embargo, esta crisis no es nueva; existía mucho antes y ha afectado a millones en las Américas. Antes de 2020, la OMS estimaba que 301 millones de personas padecían trastornos de ansiedad y 280 millones de depresión.
Estas cifras aumentaron drásticamente durante la pandemia, impulsadas por el confinamiento, la incertidumbre y la pérdida de empleo y seres queridos. A pesar de esta creciente necesidad, la respuesta ha sido insuficiente.
En nuestro país, el acceso a la atención en salud mental es particularmente difícil para las personas más vulnerables. El costo de las consultas con profesionales de salud mental puede ser una barrera significativa, especialmente para quienes enfrentan dificultades económicas.
Los tratamientos prolongados, que implican varias sesiones, representan un gasto considerable para muchas familias. A esto se suma la cobertura limitada o inexistente que ofrecen las Administradoras de Riesgos de Salud (ARS). Aunque entidades como el Seguro Nacional de Salud (Senasa) permiten acceso a servicios con costos reducidos, la demanda sigue superando la oferta.
La falta de profesionales especializados en el país agrava aún más el problema dejando a miles de personas sin la atención necesaria. En medio de esta tormenta perfecta, la cultura dominicana sigue arrastrando el pesado lastre de los mitos y tabúes en torno a la salud mental. El estigma sigue siendo una barrera que impide a muchos buscar ayuda. Quienes logran superar estos prejuicios se enfrentan a un sistema de salud incapaz de responder a la creciente demanda.
Pero ¿de quién es la responsabilidad? Aquí entran en juego varios actores. Enfrentar esta crisis requiere un esfuerzo conjunto. El gobierno debe implementar políticas públicas que prioricen la salud mental, más allá de las leyes ya existentes, cuya ejecución ha sido deficiente.
Las ARS necesitan replantear su cobertura para incluir tratamientos psicológicos y psiquiátricos, y los profesionales de la salud, por su parte, deben estar capacitados para atender una demanda creciente que va mucho más allá de los trastornos graves, abarcando también los problemas cotidianos que afectan el bienestar mental. Como sociedad, debemos romper los mitos y tabúes que rodean la salud mental. Buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino una medida crucial para mejorar nuestra calidad de vida.
La salud mental no es un lujo, sino un componente esencial de nuestro bienestar general. Solo cuando comprendamos que sin salud mental no hay salud, podremos avanzar hacia una sociedad más equilibrada y sana.