portada la lucha inevitable
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Prólogo a la segunda edición 

El ensayo dominicano tiene, por lo menos, una decena de nombres fundamentales. Junto a los clásicos forjadores de los denominados ”documentos del pesimismo dominicano”: José Ramón López, Américo Lugo y Manuel Arturo Peña Batlle, hay que añadir la contribución esencial en el plano de las ideas políticas, como germen, quizás de posturas ideológicas posteriores, de Pedro Francisco Bonó. 

De entre éstos, Peña Batlle sobresale por la dimensión investigadora y la riqueza conceptual de sus planteamientos, al margen de cualquier otra consideración evaluadora de su pensamiento, sobre todo porque la gravedad sustancial de las ideas “pesimistas” de Lugo y López, se entroncan con una realidad a la cual Peña Batlle buscó sustraerse como ideólogo de la razón práctica y como motorizador de un pensar histórico-político distanciado en lo esencial de las ideas de los dos citados ensayistas. 

Posteriormente, Juan Isidro Jiménes-Grullón se convertiría en paradigma de uno de los más densos y polémicos cuadrantes ensayísticos de la etapa postdictadura, conjuntamente con los aportes sustantivos de Juan Bosch, sobre todo el de Composición social dominicana, y el Joaquín Balaguer de La isla al revés.  

Mucho antes, sin embargo, Miguel Ángel Monclús produciría un texto importante, El Caudillísmo en la República Dominicana, publicado hace cincuenta años, en 1946, y cuya evaluación adelantaría concepciones que en nuestra historia actual han logrado una vigencia esplendorosa, a pesar de lo poco estudiado que ha sido este conjunto de ideas. 

Más cercado, en 1967, hace apenas treinta años, Pedro Andrés Pérez Cabral de a conocer La comunidad mulata, un texto que se imbrica por sus características cuestionadoras del ser nacional dentro del conjunto de los llamados “documentos del pesimismo dominicano”. 

Pedro Henríquez Ureña, con toda seguridad, es el ensayista dominicano por excelencia, pero dentro de esta evaluación cronológica su grandiosa obra intelectual queda marginada en razón de que la impronta fundamental de la dominicanidad es la que centraliza este enfoque en términos de producción de un ensayo de raíces netamente nacionales y con las miras colocadas hacia las coyunturas esenciales de la dominicanidad, y el caso del autor de El español en Santo Domingo y del analítico expositor de importantes temas dominicanos, esta cualidad se sale de su órbita indudablemente universitaria. 

El ensayismo histórico es otra vertiente particular del fenómeno, entre los cuales hay diversos exponentes, al igual que el ensayo memorioso o periodístico que ha sido ejercido por escritores que tienen mayor nombradía intelectual desde otras vertientes de la literatura. 

En los últimos años, ha sido notable la contribución al desarrollo de este ensayo de carácter nacional de Manuel Núñez con su controvertido libro El ocaso de la nación dominicana, una pieza clave del ensayismo dominicano contemporáneo, y Federico Henríquez Gratereaux, con su Feria de las ideas, pero fundamentalmente con un libro que reúne las claves de su pensamiento expuesto por más de dos decenios en las páginas de diferentes medios escritos, titulado Un ciclón en una botella con el subtítulo de Notas para una teoría de la sociedad dominicana. 

Es importante destacar aquí un texto, poco citado y que suele ser olvidado a pesar de a ver sido dado a conocer en años recientes, del ensayista Melvin Mañón, titulado La transformación posible de América Latina, que es, a nuestro juicio, el libro de mayor empatía socio-política con la realidad latinoamericana producida por un autor criollo en toda nuestra historia literaria, al margen de las simpatías o antipatías que pueda generar.  O sea, un ensayo que, en otras circunstancias, ha debido estar llamado a obtener una mayor difusión continental, porque engarza con ideas y juicios prevalecientes actualmente en el contexto crítico de la realidad de los países de Latinoamérica. 

Miguel Guerrero, que ha hecho una contribución sustanciosa y vital al conocimiento de hechos relevantes de la historia política del país, fundamentalmente de la Era de Trujillo, con varios textos que lo consagran como uno de los más importantes ensayistas históricos dominicanos de los últimos años, se ha incorporado igualmente al grupo de analistas sistemáticos de la realidad humana y social de la República Dominicana con su libro La lucha inevitable. 

Guerrero ha ejercido con coherencia poco común, en un medio tan propenso a las mutaciones del pensar, el periodismo de juicio, interpretando con acierto y honestidad las acciones más variadas del discurrir social y político dominicano. 

Por años, ha desarrollado una línea de pensamiento, a veces controvertible, dentro de una sociedad que ha terminado por comprender, quizás, el valor de la disidencia en una sociedad democrática y los alcances de un juicio objetivo e imparcial en una comunidad donde abundan los opinantes sin tasación ni acreditación. 

María Ugarte, al presentar hace diecisiete años un libro de este autor titulado La generación de mis padres, expresó que “si en cuanto al fondo es la calidad humana la principal característica de los artículos de Miguel Guerrero, en lo que a forma se refiere la sencillez de estilo es un denominador común”. 

La distinguida crítica de arte añadía: “Sencillez que no es en modo alguno superficialidad, sino interés en comunicarse fácilmente con el lector, conocimiento del valor de los vocablos, dominio del lenguaje… Con pocas palabras logra describir con claridad cualquier situación compleja. Porque esas palabras son, precisamente, las que corresponden al concepto, las que se ajustan a la idea, las que expresan con mayor propiedad lo que el autor pretende transmitir”. 

Con esa misma cualidad y con la misma sensibilidad social, con el mismo sobrio y sencillo con que produjo el libro citado, Miguel Guerrero ha escrito La lucha inevitable. 

Durante mucho tiempo, el suficiente quizás como para esperar que sus convicciones encontrasen una recepción más entusiástica que la sordina que le colocaron los temerosos y la arrogancia con que la combatieron los fanáticos, Miguel Guerrero planteó a la sociedad dominicana el fiasco que suponía el ejercicio de determinadas concepciones ideológicas y anunció, probablemente sin sospechar la forma como al fin se presentaron las cosas, el derrumbe de los totalitarismos. 

Muchos dominicanos, sin embargo, necesitamos que lo mismo que nos estaba diciendo Miguel Guerrero nos lo dijesen voces consagradas como las de Octavio Paz, Carlos Rangel, Mario Vargas Llosa o Jean-Francois Revel, para poder aceptar la verdad de una situación, y de una mentira, que se estrujaba ante nuestros ojos y ante nuestra conciencia con pasmosa indiferencia. 

“La mentira científica -dice Revel- es tanto marginal cuanto más veraz y objetiva es una ciencia.  Es tanto más artera cuanto más una ciencia depende de las conjeturas, y tanto más tentadora cuanto más se preste a ser explotada como fuente de argumentos en el debate político”. 

“No es la verdad, sino la mentira -afirma por su parte Mario Vargas Llosa- la fuerza que mueve a la sociedad de nuestro tiempo”. 

Por eso Revel, que es el pensador más celebrado de Occidente de los últimos años, sentencia que “la democracia no puede vivir sin la verdad, así como el totalitarismo no puede vivir sin la mentira.  La democracia se suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo si se deja invadir por la verdad”. 

La democracia es, sin embargo, un conjunto de principios y valores que, para salvaguardarlos, exige de la atención y el cuidado de sus principales hacedores y protagonistas. 

Muchas veces, esa atención se desvía hacia otros cauces, y el desconsuelo y el escepticismo se adueñan de la voluntad y la esperanza de los ciudadanos. 

Es cuando los múltiples problemas que acosan hoy la democracia no son enfrentados con sentido común y los elementos acordonantes de la realidad económica supeditan y transforman los mejores ideales políticos. 

En este marco, la marginalidad social y económica ha ido adquiriendo cada vez mayor dramatismo, acompañada de una preocupante actitud de insolucionabilidad. 

La lucha contra estos devaneos de la democracia, con los fangos que anegan sus vías realizativas y de expansión y que obligan cada vez a mayores grupos poblacionales de América Latina a la pobreza más radical y absoluta, contraviniendo los principios que la elevan y sustentan, es la que Miguel Guerrero expone con crudeza y, a veces, con amargura lógica, en este vigoroso y denunciador texto. 

La lucha contra los males que genera el estatismo corruptor y empobrecedor; la lucha contra las desventuras que origina el empobrecimiento gradual de grandes masas humanas en todo el continente; la lucha por sustentar los reales principios de la libre empresa; la lucha contra las trabas que frenan el desarrollo y el bienestar general; la lucha para impedir que cientos de miles de dominicanos huyan desesperanzados, más que por temor al presente, por miedo al futuro, en una odisea de mar y llanto desde las costas del este o del nordeste, que ha desarrollado una verdadera cultura de la muerte; el combate, en fin, para “reducir las enormes brechas existentes entre una minoría poseedora de la mayor parte de la riqueza y una vasta mayoría que se debate entre la miseria y la más espeluznante escasez imaginable”. 

Esa es la lucha inevitable que describe y convoca Miguel Guerrero en las páginas de este libro.   

Igual que ayer, cuando este reconocido periodista alertó sobre el totalitarismo ideológico que, a partir de los años setenta parecía un contrasentido intelectual y político denunciar y combatir, conviene ahora a los activos conglomerados económicos de la vida nacional, atender su reclamo vigilante contra el fantasma real y sórdido de la pobreza. 

En una de las partes de su libro, Miguel Guerrero dice lo siguiente: “Muchos de los que leen periódicos, poseen libros y ven la televisión por cable, al llegar a casa cada noche del trabajo, jamás alcanzan a tener una visión real del problema de la pobreza en el país.  Otros prefieren ignorarla, por indiferencia, justificación de su bienestar o temor al porvenir.  Por lo general, estos últimos incurren en el más costoso error de perspectiva.  En otros países han tenido que pagar con el exilio o sus fortunas esta estrecha visión de la realidad social en que vivían”. 

La denuncia revela sin dudas una preocupación por el sostenimiento de la democracia y por la preservación de sus logros.  Guerrero atiende aquí las dos misiones del intelectual que Octavio Paz ha señalado como fundamentales.  En primer término: la de investigar, crear y transmitir conocimientos, valores y experiencias; y, en seguida, la crítica de la sociedad y de sus usos, instituciones y política. 

Hace un rato ya que los países del antiguo Este europeo volvieron sus rostros famélicos a las iniciativas del orden democrático, pujado con todos sus traumas lógicos y previsibles.  Hace rato también que los nostálgicos de la utopía comprendieron, como dice Paz, que “renunciar al verbalismo revolucionario no sólo es un signo de sobriedad intelectual sino de honradez política”.  Recordamos ahora el momento en que, en medio de los cambios vigorosos producidos al final de los ochenta, un grupo de alemanes iconoclastas levantó una pancarta ante las cámaras de televisión que decía: “Proletarios de todos los países, perdonadnos”. 

Probablemente, entre nosotros, éste deba ser el grito de todos aquellos que, en su opulencia, viven ajenos por completo a la violenta realidad económica que le rodea, cuando no aplican en sus juicios una arrogante visión plena de tecnicismos y fórmulas académicas, carentes de la más ligera sensibilidad. 

La ideología tercenmundista, que Carlos Rangel consideró siempre como una falacia, y Octavio Paz señala como un rótulo inexacto y una trampa semántica, exige pues, de sus voceros, una actitud más cónsona con las prioridades fundamentales e impostergables de las mayorías. 

“Las conferencias sobre el Tercer Mundo -declara Revel- continuarán destinadas al fracaso mientras sólo se discutan las causas económicas del subdesarrollo, dejando de lado causas políticas, a veces más determinantes que se llaman despotismo, incompetencia, despilfarro, rapiña, corrupción”. 

La democracia latinoamericana ha sido ciertamente, como afirma un gran pensador contemporáneo, “desfigurada y traicionada una y otra vez.  Ha sido débil, indecisa, revoltosa, enemiga de sí misma, fácil a la adulación del demagogo, corrompida por el dinero, roída por el favoritismo y el nepotismo”, pero los cambios deben venir para fortalecerla y “lograr que al fin encarne en la vida social”. 

Es una tarea inmensa.  Es una lucha inevitable.  Puede que sea incierta, dudosa, difícil.  De cualquier modo, hay que pelearla. 

Cuando se ha perdido ya en una gran parte del mundo el respeto por las teorías, ante el fracaso personal y experimental de algunos de sus más conocidos exponentes; cuando el atractivo que antes significaba la aventura de las ideas, parece sucumbir frente a la frivolización creciente de nuestra sociedad y la incidencia social de tantas conductas negativas; papel crítico para enrolarse en las nóminas de la burocracia estatal; cuando la degradación de círculos universitarios en todo el mundo ha ido gradualmente eliminando a los lectores de libros de pensamiento y a los cultivadores de ideas regeneradoras de la raza humana, Miguel Guerrero presente este libro de naturaleza tan polémica como edificante, tan acusadora como reflexiva, que esperamos cumpla su rol de incitar al debate nacional, antes de que la vorágine de la pobreza acabe por devorar los frágiles cimientos de nuestra democracia y “concite en su día una tormenta social incontenible”. 

José Rafael Lantigua 

Santo Domingo, 18 de agosto, 1996 

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Bibliografía citada: Revel, Jean-Francois: El conocimiento inútil; Círculo de lectores, Barcelona, 1989; Octavio: Tiempo nublado; Seix Barral, 1983; Vargas Llosa, Mario: Contra Viento y Marea, Vol 1; Seix Barral, 1983; Rangel, Carlos: El Tercermundismo, Monte Avila Editores, 3ª. Edic. 1982. 

ADVERTENCIA AL LECTOR 

Cambios dramáticos se han operado en el mundo desde la publicación original de esta obra en 1990.  Con el Muro de Berlín cayeron las barreras ideológicas que dividían a la humanidad y la desaparición del comunismo en Europa ahuyentó el fantasma de un holocausto nuclear que gravitó sobre el planeta durante el prolongado y crítico período de la “guerra fría”. 

No está claro, sin embargo, que el mundo de hoy ofrezca mayores oportunidades de justicia social que las que existían en el pasado.  Desde la caída del comunismo en Europa los niveles de pobreza de las naciones en desarrollo se han acrecentado y los términos en que se plantea la globalización de la economía mundial no parecen ofrecer posibilidades de mejoría para cientos de millones de seres humanos que se debaten en medio de una espantosa escasez y pobreza a lo extenso de todo nuestro continente y el resto del planeta.  Las ideas expuestas en esta obra tienen, pues, tanta vigencia como en 1990.  El autor no consideró necesario introducir modificaciones de fondo al texto original.  Los pocos cambios realizados son estrictamente de forma con la única finalidad de actualizar algunas situaciones y facilitar su comprensión por parte del lector. 

Al publicarla de nuevo, el autor aspira llamar la atención sobre el más agudo y sobrecogedor problema que nos agobia, con el propósito de contribuir a crear conciencia clara respecto de la necesidad de emprender esfuerzos serios para reducir los escandalosos e inhumanos niveles de pobreza material que caracterizan la sociedad de estos días.  Lo hace convencido de que los resultados de ese esfuerzo serán vitales para la paz social y la estabilidad democrática. 

No hay opciones.  Emprendemos sin pérdida de tiempo esta lucha inevitable o inevitable será el descalabro social que se volcará sobre nosotros. 

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