“No hay peor fascista que un burgués asustado”
Bertolt Brecht

En cualquier reflexión sobre la izquierda y sus contextos es definitivamente pertinente tener a la vista lo que llamamos “cuestiones culturales”, que hace unos cien años Antonio Gramsci explicó mucho mejor que algunos hijos modernos del neoliberalismo.

A estas alturas ya es tiempo de asumir críticamente nuestra pasividad ante lo que ya no acepta dos miradas: la incompatibilidad absoluta del neoliberalismo con las concepciones y prácticas políticas humanistas. Frente a nuestros ojos han hecho desaparecer a humanos y a humanas como centro y única motivación, como camino de la política entendida como un proceso de construcción social y con vocación emancipadora.

Hay que empezar por repetir que, en cambio, lo que hace el neoliberalismo es colocar al mercado como el lugar de la toma de decisiones, es poner el acento en el individuo, es ignorar a la sociedad y a la política, hasta llegar a negarlas. Tanto ha sido el éxito neoliberal, en el logro de hegemonía, que incluso el liberalismo reformista, (el wokismo o el progresismo -como prefiera llamárselo-) ha llegado a señalar que el neoliberalismo no existe: esos hijos no reconocen a su padre y miran para otro lado ante evidencias como los fondos de pensiones, las aseguradoras de la salud o la educación privada, todos transformados en servicios que provocan grandes ganancias al capital financiero y negación de derechos a las grandes mayorías.

La eliminación de los sistemas de seguridad social en casi toda América Latina es una gran tarea para la izquierda. Las pensiones como resultado del ahorro forzoso e individual han instalado en el pensamiento hegemónico la idea de que es posible para la humanidad asegurar una vida digna a sus mayores sin la solidaridad que puede y debe ser canalizada por el Estado. Así vemos pasivamente cómo se desatan peligrosas campañas acerca de que el dinero destinado al financiamiento de las pensiones es propiedad individual y no debe ser parte de un “fondo común” en el que se manifiesten las mejores cualidades de humanos y humanas.

Respecto a la salud la cuestión no es muy distinta. Se escuchan con indignación autoridades en nuestra América amenazando con eliminar los fondos destinados a financiar medicamentos de alto costo con el argumento de que no son sostenibles. Eso es simplemente condenar a muerte a un gran número de latinoamericanos víctimas de la mercantilización de la salud.

La destrucción de la educación pública no fue ni una idea ni el resultado de acciones reivindicativas de los profesores. En nuestra América ese daño ha sido consecuencia directa de una decisión política para reproducir, aumentar y mantener la injusticia, justificándolo con ideas y prácticas para acabar con todo aquello que nos hace humanos y humanas: subsidiariedad, concordatos, libertad de elección.

Dentro de ese esquema vale la pena recordar que las organizaciones sociales de los trabajadores han sido aniquiladas por el terrorismo de Estado, por las leyes laborales, por la idea de que los esfuerzos colectivos no son necesarios y hasta por pensiones a los dirigentes sindicales para que terminen apoyando a los empresarios, quienes sí han ido fortaleciendo cada vez más sus potentes organizaciones.

Por si alguno de mis lectores aprecia algo de exceso ideológico en lo que hemos anotado es bueno recordarles que en Chile, por ejemplo, ante el fracaso del sistema instaurado y exportado hasta aquí, la “solución” fue aprobar una ley durante la presidencia de Piñera para que no sean las AFP sino el Estado quien pague la Pensión Garantizada Universal (PGU).

Respecto a la salud y su privatización en este momento y por mandato del más alto tribunal de la República las ARS (llamadas Isapres en Chile) deben devolver mil cuatrocientos millones de dólares por cobros excesivos. Naturalmente y como siempre, el debate en mi país consiste en instalar por todos los medios los argumentos para socializar la deuda porque en el neoliberalismo solo las ganancias son privadas.

Claro que hay ideología en nuestros planteamientos, hay una idea de la vida en sociedad, de las instituciones políticas, de la forma de vivir nuestra humanidad, distinta de la ideología neoliberal. Pero además y eso es evidente, hay también la conciencia de que el neoliberalismo fracasó y juega sus últimas cartas haciendo lo mismo que hizo para imponerse: destruir la democracia.

La izquierda, otra vez y como siempre, tiene la responsabilidad.

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