“La realidad es implacable con los errores teóricos.
La América Latina del siglo XXI requiere y merece una teoría a la altura de los desafíos
presentes.”
Emir Sader
Si hay algo que se aprecia de manera clara en este momento histórico, es que con el fin de lograr nuevos objetivos el futuro de la izquierda pasa por la determinación de nuevos procedimientos. En otras palabras, hablamos nada más y nada menos que de establecer una estrategia.
El concepto de estrategia ha sido tomado de la ciencia militar y cuando de lograr objetivos se trata lo asumimos poniendo sobre la mesa cuatro aspectos imprescindibles: el adversario, el tiempo, el terreno y las fuerzas propias.
Como de lo que hablamos es de política, recordemos que en el ámbito de la lucha por el poder es imprescindible saber con toda claridad para qué sirve la política y no confundirla con la transparencia o con la lucha contra la corrupción. “La moderna exigencia de transparencia ha devenido en una suerte de obsesión por la misma, que sustituye la ideología y la acción política por la rendición de cuentas sobre pagos, ingresos y gastos.” (M. Roitman).
La política es la suma de los esfuerzos colectivos para el cambio social y para construir una sociedad justa. Su única herramienta conocida hasta ahora son los partidos políticos y en ellos se deben hacer los esfuerzos estratégicos.
Vamos entonces por partes viendo esos cuatro aspectos, el primero de los cuales es el adversario que para la izquierda es el sistema y la ideología neoliberal. Si de superar a ese adversario se trata es materia de primer orden conocer tanto su funcionamiento como sus consecuencias en los más pobres que son sus principales víctimas. Por ejemplo, ningún avance en esa dirección es posible sin abordar la tragedia de la privatización de derechos que, entre otras cosas, han significado la desaparición de los sistemas de seguridad social, con sus prácticas de ahorro forzoso para lograr fondos de pensiones. Ni qué decir de la privatización de la salud y de la educación y otros temas que abordaremos más adelante como las leyes laborales, puesto que es ahí donde precisamente están los éxitos mayores del adversario y el mayor calvario de nuestras fuerzas propias. Aunque parezca demasiado obvio, es preciso no pasar por alto que con el adversario se pueden negociar cambios, se pueden acordar temas a discutir en el futuro, pero nunca votar por ellos para las elecciones, eso confunde e impide la construcción de una fuerza social y política que sobreviva a las elecciones. Y mucho menos se justifica participar de gobiernos que aspiran a mantener y profundizar el orden neoliberal.
En segundo lugar, mencionamos el tiempo que en la estrategia militar está referido al tiempo atmosférico. El tercero es el terreno que junto con el tiempo constituyen las condiciones en las que la lucha política tendrá lugar. Tendremos que admitir que no nos favorecen ni el tiempo ni el terreno, sobre todo porque ambos están absolutamente controlados por el adversario lo que se expresa en una tremenda inferioridad, tan enorme que en el plano ideológico e institucional a veces suena a capitulación. Para los interesados Chile es un libro abierto con sus frustrados esfuerzos constitucionales.
Finalmente están las fuerzas propias, asunto que debe ser abordado con mucha amplitud y perfecto reconocimiento de las fortalezas y las debilidades. Si hemos definido al neoliberalismo como el adversario habrá que tomar en cuenta también otras fuerzas e instituciones que no son de izquierda. Tony Judt reclamaba hace años que no dejáramos fuera del análisis a actores anti neoliberales como la Iglesia católica, por ejemplo.
Aquí cabe la reflexión acerca de la acumulación de fuerzas, que debe ser acumulación de fuerza propia, con el fin de llegar en las mejores condiciones a la deliberación con el adversario. La izquierda, que no sólo ha leído a Maquiavelo, debe saber perfectamente que enfrentará un largo proceso de acumulación de fuerzas y que es necesario abandonar el papel de los perros del evangelio que se conforman con esperar las migas que caen bajo la mesa. Habrá igualmente que diferenciar la política del “wokismo” y del liberal reformismo en su pretensión de conformarse solo con hablar con el adversario que está en ventaja y lucir compasivo haciendo lo que le dicten. Hay pocos errores más graves que olvidar que la “democracia” no elimina los conflictos, sino que tiene mecanismos para resolverlos, por lo tanto, hay que asumirlos sin escrúpulos.
En esta etapa en que ya se habla de un “neoliberalismo militarizado” al estilo Bukele o Bolsonaro (y ojalá Chile no siga avanzando en esa dirección) es de primera importancia asumir que el proceso será largo. Aquí se da una nada extraña paradoja: los que quisieran que el proceso sea breve, en realidad lo harán más largo, puesto que harán que la sociedad acumule problemas con la intención torpe de los estallidos sociales, que conducen solamente a la recomposición de las élites en condiciones mucho más favorables para ellas.
Dejo hasta aquí esta segunda entrega no sin antes insistir en que los asuntos políticos se resuelven con política, con alianzas lo más amplias posibles, pensando en el largo plazo e identificando al adversario y a sus novedosas manifestaciones. Y como soñar no cuesta nada, sueño en que no caigamos en el peligro de esa “izquierda” tan bien descrita por Raúl Soliz en Canalredtv: “…que confunde el arte con diseño de interiores y el ecologismo con la jardinería, una izquierda que tiene fobia a ser identificada con lo popular. Una izquierda rebelde de cintura para abajo y domesticada de cintura para arriba.”