“La responsabilidad que en América
Latina tenemos es inmensa,
pues el Nuevo Mundo saldrá del Nuevo Mundo que ya muestra su grandeza,
enriquecida por todos los proyectos de emancipación humana.”
Pablo González Casanova
Escribir sobre la izquierda no es nada fácil en tiempos de hegemonía neoliberal. No porque sea difícil conceptualizar acerca de la izquierda. La dificultad está en lo poco que se sabe del neoliberalismo y del cambio radical que su predominio ha provocado en absolutamente todos los ámbitos de la vida con consecuencias obvias en quienes deben acabarlo para siempre: es decir, la izquierda. El mejor método para acercarnos al tema consiste en reconocer a la izquierda por su posición radical contra el neoliberalismo.
El neoliberalismo se impuso en Latinoamérica mediante el uso de una violencia terrorista del Estado sólo comparable con el lanzamiento de dos bombas atómicas. Esa violencia ejercida con la intención de terminar con la oposición política, especialmente de la izquierda, tuvo consecuencias que no deben ser ignoradas y que hay que anotar a la lista de los objetivos que buscaban conseguir quienes aplicaron las más sofisticadas técnicas para provocar el terror. Esa política criminal, ese terrorismo de Estado, tuvo como consecuencias la muerte, la tortura, el exilio, las renuncias, el alejamiento de la política, el acercamiento al oenegeísmo de antiguos militantes de la izquierda y trajo la novedad aparente de un subproducto del neoliberalismo: el liberal reformismo, más conocido como progresismo.
Las políticas represivas buscaron la eliminación física de la izquierda latinoamericana y la posterior arremetida ideológica neoliberal dejaron heridas que hoy tienen que ser asumidas. Pero esas heridas han de ser aceptadas desde una perspectiva responsable puesto que la superación de un sistema injusto tiene a la izquierda como su única posibilidad.
La historia reciente de Latinoamérica es la mejor prueba de lo que afirmamos si revisamos, por ejemplo, la recuperación de la democracia en las dos últimas décadas del siglo XX. Desde el primer día de las dictaduras en cualquiera de los países latinoamericanos siempre estuvo la izquierda y fueron sus militantes los que se opusieron frontalmente al terror. Mucho de lo que hay de democracia en nuestro continente fueron conquistas de la izquierda y tal consecuencia soporta sin inconvenientes la prueba de los pretendidos errores a los que la propaganda imperial pretende someter a la izquierda.
Chile recordará en unos meses los 50 años del golpe de Estado. A nadie sorprenderá que de seguro todavía habrá quienes afirmen desde la ignorancia que la izquierda fue responsable del golpe pues apoyó las medidas gubernamentales de Allende, obviando que la realización del golpe de Estado fue decidida en Washington por Kissinger y Nixon cuando todavía Allende no había asumido la presidencia y por lo tanto no había tomado ninguna medida. Por la Casa Blanca desfilaron los defensores de los derechos humanos y desde allí prepararon el asesinato del comandante en jefe del ejército, René Schneider, entre otros actos terroristas para evitar la asunción al gobierno de la Unidad Popular. En ocasión de los 50 años del golpe de Estado me propongo escribir sobre eso y asumo el compromiso de hacerlo utilizando solo fuentes norteamericanas, ni una sola cita del Granma o de Pravda.
La izquierda latinoamericana, entonces, está obligada a abandonar todo lo que no signifique la superación neoliberal y para conseguirlo debe hacer un esfuerzo por entender el neoliberalismo. Deberá atender al hecho, por ejemplo, de que ya la socialización, especialmente la política, no se hace en las fábricas. Tendrá que asumir que la política no puede hacerse lejos de las bases económicas de la sociedad, que aleja a la política de los problemas cotidianos. La necesidad de una izquierda que lucha por la igualdad, por todas las igualdades es evidente y por lo tanto, cuando se agotan discusiones interminables acerca de la redistribución, de esos debates no puede quedar fuera el cómo se produce lo que se pretende redistribuir.
La izquierda no puede dejar de asumir la lucha por los derechos, tal como lo hizo durante la lucha contra las dictaduras. Pero los derechos hay que asumirlos como los que son, luchas políticas y no buenas acciones “moralizantes”, que llevan a algunos a creerse que son mejores o que son buenos. Habrá que cuidarse también de no dejarse confundir por el lenguaje de los amos: cuando el vasallo dice lo mismo que sus amos, el sistema se mantendrá intacto. Un ejemplo infalible de lo que digo son los esfuerzos por la igualdad de oportunidades, una falacia que oculta que todos somos iguales en dignidad y derechos por nuestra simple condición de ser humanos y humanas.
Sobre todos estos aspectos habrá que conversar. Veremos.