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A manera de prólogo
Por Juan José Ayuso (*)
Desde 1988, el periodista Miguel Guerrero ha dado tres pasos que lo colocan en los caminos que trochan dos investigadores dedicados a proveer el futuro de la información necesaria para que pueda estudiarse, analizarse y escribirse la historia del país.
Digo dos, y doy los nombres Bernardo Vega y Frank Moya Pons, porque el trabajo de estos estudiosos tiene las características de lo permanente, los sistemático y lo variado que transcienden la especialización de quienes pudiera mencionar con los nombres de Roberto Cassá, Hugo Tolentino, Emilio Cordero Michel, Franklin Franco, Mu-Kien Sang y con los nombres de instituciones como la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra y la Fundación Economía y Desarrollo Y, de vuelta a lo individual, con el nombre de Danilo Clime, todavía limitado a un voluminoso y fascinante trabajo inédito en busca de editor que se propone y logra revelar el misterio y la magia históricos de caudillismo.
El Periodista Miguel Guerrero va por el camino de los primeros dos y para ello había dado hasta hoy tres pasos importantes: El despertar dominicano, en 1988; Los últimos días de la era de Trujillo, en 1991, El golpe de Estado (1963), en 1993. Desde hoy vuelve a pisar fuerte con este cuarto. La Ira del tirano, que recuenta meticulosamente los pormenores del atentado patrocinado por el tirano Rafael Trujillo contra el demócrata Rómulo Betancourt, en ese 24 de junio de 1960, presidente de Venezuela.
El cuarto trabajo de Guerrero es su consagración como periodista de investigación; como historiador del hecho reciente, como intérprete de la multitud en circunstancias nacionales e internacionales que tienen el valor de factores en una coyuntura determinada.
La Ira del tirano es una obra apasionante cuyo encanto queda siempre entre la razón y la conciencia, lo que la diferencia diametralmente de la narrativa de creación, que también apela a la conciencia y a la razón pero que prefiere para llegar, quedarse y permanecer, el territorio subconsciente y/o inconsciente de la ficción, lo intangible, lo imponderable, lo incalculable.
Miguel Guerrero arma su relato con sujeción a la metodología moderna, con un estilo que no desprecia el giro literario que confiere un poco de su magia a la relación cronológica o intemporal de los hechos, y con una tesis que aparentemente se deja a cada lector pero que cuya destilación cae gota a gota desde la primera hasta la última página.
El resultado es la recomposición de una circunstancia, con referencias de circunstancias anteriores y muy posteriores que, como había escrito el poeta Nikos Kazantzakis para su hijo, logra alinear la historia al borde de la acera para que podamos mirarla pasar como si la diferencia de tiempos , de hombres y de pueblos no existiera, como si la vida pudiera mirarse toda al mismo tiempo y en su diferentes niveles de decurso, como una misma película con un mismo argumento proyectada al mismo tiempo en un mismo salón de cine sobre cinco o seis pantallas distintas; o como un gigantesco mural histórico realizado en tercera, cuarta, quinta dimensiones.
Cuando Guerrero nació en Barahona ya yo había aprendido a caminar, a hablar, a ir a la escuela y a comer helados Imperiales desde casas en la calle Duarte, al lado del Ducoudray, y en la de Arzobispo Nouel, al lado de los Martínez Bonilla. Para los años de su reseña, el investigador era un protagonista pasivo y posiblemente sin mayor conciencia sociopolítica. Quienes contábamos ya esos cinco años de edad cuando el autor nació habíamos alcanzado los veinte para la fecha de su historia y, en una capital que concentraba y centralizaba casi todo, sobre todo la presión asfixiante de la tiranía, desarrollábamos por lo menos tendencias marcadas de una conciencia sociopolítica. Era nuestro tiempo y lo protagonizábamos con balbuceos democráticos que tropezaban con el pasado despotismo de Rafael Trujillo y su régimen de terror y de horrores.
Por el hecho de protagonizar activamente aquel tiempo, los detalles se nos escapaban, y muy posiblemente la ilusión conclusiva del conjunto de detalles. El oscurantismo que cerraba el paso a las ideas e iniciativas que no fueran trujillistas nos tenía, en cuanto a formación académica y cultura general, muy por debajo del nivel normal que presentaban en esos momentos muchachos de países con tradición democrática, aunque viviesen como nosotros, unas etapas mas adelante y sin la dictadura franca, aquel subdesarrollo primitivo impuesto aquí por el dueño Estado-mentalidad, Estado-dueño-mentalidad en que se habían erigido el tirano y su tiranía.
Ventaja, pues, para el investigador, y desventaja para quienes, aun colocados en su misma generación, estaban por cinco años mas de edad en la cresta protagonística de aquella ola de concienciación política y de lucha social que se verificaba cada hora en el territorio y en Santo Domingo. Evidentemente, el hecho de no haber sido atrapado y absorbido por aquella circunstancia le permitió a Miguel Guerrero una formación menos comprometida y, por menos comprometida, mucho más propincua a desarrollar la objetividad para el estudio y análisis de esos hechos , para su colocación en el contexto nacional y regional y para su proyección final como prolegómenos de una situación de democracia plena y ejercicio del estado de Derecho aún hoy por establecerse y realizarse sobre bases institucionales, dado que la transición tiranía-democracia se le ha prolongado a los dominicanos por treintitrés tormentosos años, que quizá merecía o quizá no merecía el pueblo al que Sumner Welles admiraba por su inquebrantable amor a la libertad.
En toda la obra, pero sobretodo en su capitulo trece y final, y en su Apéndice, La Ira del tirano parece tomar partido como trabajo de investigación. O pudiera decirse, dado que vendría como interpretación del lector y no como hilván secreto de texto escrito y dirigido con ese fin, y a pesar de que difícilmente algún lector, por retorcimientos que diera a entendimiento y razonamiento convencieros, pudiera entender y razonar de otra manera.
Con rasgos de la realidad histórica de uno y de otro, Guerrero contrapone al tirano y al demócrata, a la tiranía y a la democracia. El trabajo entero va de un lado a otro, de los detalles del retrato de unos al de los otros, expuestos con objetividad, en una contraposición que termina de favorecer a la democracia y al demócrata frente a la tiranía y al tirano. Los hechos citados resaltan la vocación y práctica democráticas de un Rómulo Betancourt quien, fiel a su promesa, no estuvo en el poder ni un día mas de los que establecía el periodo para el que fue elegido, no participó como arbitro en la vida política de la Venezuela de los años subsiguientes, y no volvió a presentarse como candidato presidencial, pese a no ordenarlo así la Constitución.
La trayectoria de Betancourt, frente a los sangrientos alaridos de la tiranía y el despotismo, emerge como un canto de derecho y libertad cuya base es la alternabilidad en el poder, el respeto del pueblo y la propuesta de levantar, desde la conciencia ciudadana hasta las instituciones, un Estado de derecho.
Este, precisamente, es el detalle que da actualidad a un trabajo que se publica cuando todavía en partes de este continente y de otros, aquí mismo, hay trazas claras de un despotismo ilustrado, sustituto del despotismo sin ilustración que cae en la tiranía , que comienza por discriminar el ejercicio de los derechos y de las libertades para las mayorías , por practicar la corrupción generalizada como método de gobierno y por insistir viciosamente y cada vez en el continuismo del poder por encima de la conciencia ciudadana pero por encima, mas que todo, de la soberanía y libre voluntad popular.
En ese capitulo final y en ese apéndice, corolarios una obra que lo detalla en texto y en contexto desde la primera página, está también claramente sentado que la practica democrática no siempre ha sido ni tiene que ser el sueño de soñadores que termina cualquier madrugada con el clásico golpe de Estado o el magnicidio en la avenida, por la supuesta incapacidad liberal para esta brega política. Betancourt, ese demócrata y ese soñador, ese liberal que vivió junto a su pueblo la siembra de una semilla cuyo árbol está todavía por ofrecer sus mejores frutos, siempre tuvo los pies sobre la tierra, aunque mantuviera como es recomendable parte de la cabeza en el cielo.
Betancourt gobernó en una época donde solo había democracia o algo parecido en Chile, Uruguay, México, Costa Rica, Colombia; donde existía todavía el imperio continental de la tiranía, la dictadura, el despolismo ilustrado o sin ilustración, y donde se levantaba el hecho de una revolución socialista cubana que, hoy y a treintiseis años, se mantiene. Gobernaba entre ese pasado y ese futuro en medio de la oposición mutua que el tirano Trujillo le devolvió siempre sin un adarme de nobleza, dentro de alzamientos militares que empezaron en Carúpano y terminaron en Puerto Cabello, frente al fogoso y vigoroso comienzo de un alzamiento guerrillero socialista firme por años. Ninguna de esas situaciones fue resuelta por Rómulo Betancourt con un gajo de sueño, con un suspiro de ilusión, con una huida siquiera momentánea de la realidad. Y conjuró la permanente amenaza del golpe de Estado. Y combatió a la guerrillera con la demostración de que la democracia si podía significar justicia social y libertad. Y la suerte lo ayudo a resultar ileso del atentado personal.
El demócrata venezolano empezó a derrotar la tesis histórica, hija de una práctica que desconocía los postulados de las independencias originales, de que estos pueblos latinoamericanos no habían nacido sino para la disciplina que solo pueda imponer la opresión del sable militar, para el trabajo peón y semiesclavo en la plantación oligarca de la asonada y la revuelta politiqueras…
(…pero concluir de esta manera no es objetivo del trabajo de investigación, ni de este tiempo. La interpretación histórico-antropología y sus análisis se ocuparán en cincuenta años de poner las cosas en su lugar, gracias al aporte transcendente de una labor como la de La ira del tirano.)
La investigación de este profesional al que consagran su dedicación de largos años y de su obra jalonada por los cuatros hitos de su profundo y acucioso trabajo desde 1988, es también la consagración del periodismo; una meta profesional que se fija, un alto objetivo a alcanzar por quienes en las redacciones de todos los medios comparten esfuerzo y en sueños alcanzar el respeto de sus conciudadanos mucho más que la fama y la gloria.
Es indudable que La ira del tirano, como los tres trabajos precedentes, son la exaltación del hombre y del nombre personalizados por su autor, pero esta obra como todas las demás en todas las disciplinas, no debe verse nunca con la pequeñez y estrechez de lo individual y episódico. El trabajo de Miguel Guerrero no cumple únicamente ni esta dirigido con exclusividad a la autoglorificación. Aunque se lo propusiera, que no es así.
Es posible que el autor logre con su trabajo colocarse como autoridad del pasado en un futuro al que tenemos hoy ni fantasía para predecir, pero lo hará a través del contenido científico de investigaciones laboriosas y dedicadas a las que entregó tiempo y talento. Y en las que invirtió sobre todo parte del sueño de presentir y precaver a los dominicanos del mañana lejano en mejores condiciones para conocer su presente por el hecho de encontrarse en mejores condiciones de conocer de su pasado.
Resultaría injusto, por tanto, ya ante el aliento del trabajo del periodista Miguel Guerrero, enajenarlo de la preocupación de una conciencia nacional que dedica su tiempo y su empobrecimiento financiero a construir con miras al tercer milenio que toca ya a las puertas de las vidas la obra de la que hablaba el griego Kazantzakis a su hijo. El hombre es siempre luz y sombra del pasado, el turbulento parpadeo del presente y el infinito de porvenir que pueda construir con la consagración trascendente de su vida.
Mis más profundas felicitaciones a Miguel, sin el atrevimiento de llamarlo colega. Mis más sinceras gracias a la paciencia de los presentes.
Santo Domingo, D. N.
Finales de Noviembre y principios de diciembre 1994
(*) Juan José Ayuso, poeta y periodista. Texto del discurso de presentación formal de la obra en el acto de puesta en circulación de la edición y usado como prólogo de la segunda.