El 24 de junio de 1960, el Generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, dictador de la República Dominicana, lleva a cabo un macabro plan para asesinar al presidente democrático de Venezuela, Rómulo Betancourt.

Mediante la detonación de una bomba accionada a control remoto, el automóvil del mandatario es destruido y Betancourt resulta gravemente herido.

El atentado provoca una reacción unánime de repudio en todo el Hemisferio y la dictadura dominicana es acusada ante la Organización de los Estados Americanos (OEA) de practicar el terrorismo internacional.

Un relato ameno y profundo que hace grato el estudio de este episodio trascendental de la historia contemporánea latinoamericana y confirma a su autor, Miguel Guerrero, como uno de los escritores dominicanos más versátiles.  

A MANERA DE EXPLICACION Y AGRADECIMIENTOS

Una obra como la presente requiere del concurso de muchas personas. Como ocurrió con tres anteriores –Los Últimos Días de la Era de Trujillo, Enero de 1962, ¡El Despertar Dominicano! y el Golpe de Estado-, me fue necesario un arduo trabajo de investigación, que incluyó largas horas de entrevistas con personas de República Dominicana y Venezuela que desempeñaron papeles importantes en la vida política de sus respectivos países en el período histórico abarcado por esta obra.

Gran parte del material utilizado en este libro proviene de esas entrevistas. Pero no fue ésta la única ni más valiosa de las fuentes de información que sirvieron de base para reconstruir los hechos en él narrados.

Recurrí fundamentalmente a archivos oficiales y privados de incalculable valor, y consulté una extensa y variada bibliografía sobre el tema. No he tratado de escribir una biografía ni tampoco un manual de historia contemporánea de las dos naciones.

Esta es sí una reseña verídica. Es la historia de las difíciles relaciones entre dos líderes de la región del Caribe: un tirano y un presidente democrático. A menudo las rivalidades entre estos dos hombres arrastraron a sus países al borde de una confrontación bélica.

La parte medular de esta obra se centra en el atentado planificado por el dictador dominicano Rafael Leonidas Trujillo Molina para asesinar al Presidente Venezolano Rómulo Betancourt.

La bibliografía acerca de este acontecimiento trascendental es muy escasa. Se han publicado artículos, conferencias y folletos enjundiosos sobre este incidente internacional.

En libros importantes aparecen capítulos dedicados al hecho. Pero nunca antes se había escrito una obra completa para relatar la forma en que se planificó y llevó a cabo tan espectacular intento frustrado de magnicidio.

Este libro, pues, aspira llenar un vacío de información existente respecto de uno de los períodos más críticos de la historia contemporánea de la América Latina.

Con el paso de los años, las actuaciones de algunos dominicanos brillantes al servicio de la dictadura pueden parecer sorprendentes a cualquier observador.

Mi intención, en todo caso, no ha sido la de hacer juicio de valor acerca de determinados comportamientos individuales. Un régimen tan férreo y prolongado como fue el de Trujillo, que dominó todas las facetas de la vida nacional en forma abrumadora por espacio de tres décadas, llegaría a doblegar también muchos espíritus rebeldes.

No todos los dominicanos de su tiempo colaboraron con él simplemente por maldad o adhesión. Muchos lo hicieron por obligación, por miedo o por cansancio. Pero también hubo quienes se plegaron para proteger a sus familiares de la cárcel, la desgracia o la muerte.

Algunos enviados en misiones al exterior se vieron precisados a dejar a sus esposas, padres e hijos en el país como especie de rehenes.

Ciertamente, esta pudo haber sido la causa de la actitud de muchos funcionarios de Trujillo que en el fondo despreciaban las formas autoritarias de gobierno.

Aún en las difíciles circunstancias prevalecientes en la República Dominicana entre 1930 y mediados de 1961, miles de los forzados a colaborar lo hicieron sin mancharse de sangre ni de peculado.

Por tanto, el propósito de esta obra no es la de hacer juicio de actuaciones personales. Los relatos de escenas que pudieran contradecir esta reflexión fueron necesarios para situar los hechos en su dimensión debida y preservar la rigurosidad histórica de la narración.

Muchos venezolanos y dominicanos contribuyeron con entusiasmo para hacerme menos ardua la tarea, ofreciendo testimonios de inestimable relevancia.

Con la ayuda de esos protagonistas fue posible alcanzar el propósito de reconstruir con exactitud las enormes complejidades de la conspiración tejida por el dictador dominicano para asesinar al presidente Betancourt, mientras éste se dirigía en Caracas a una parada militar con motivo del Día del Ejército.

No fue aquel un suceso común ni tampoco de él se derivaron consecuencias ordinarias.

La frustrada tentativa de magnicidio, llevada a cabo el 24 de junio de 1960, puso a ambas naciones al borde de una guerra y sentó un precedente en la Organización de los Estados Americanos (OEA).

Tras aceptar los cargos de “agresión e intervención” presentados por Venezuela, el Consejo de la entidad impuso severas sanciones diplomáticas y económicas a la República Dominicana.

Este precedente serviría años después para aplicar acciones diplomáticas punitivas contra otros dos países del Caribe: Cuba, en 1964, y Haití en 1993, aunque por diferentes motivaciones.

Estoy en deuda con decenas de personas que aparecen nombradas en las páginas de esta obra y con muchas más que colaboraron a condición de permanecer en el anonimato. Sin la colaboración entusiasta y desinteresada de la embajadora de Venezuela en Santo Domingo, María Clemencia López Jiménez, me hubiera sido imposible comenzar siquiera esta obra.

Sin conocerla, la llamé una mañana interesado en información oficial sobre el atentado del 24 de junio y me recibió al día siguiente. A través de ella establecí contacto con la Fundación Rómulo Betancourt y se puso voluntariamente a mi disposición para cualquier asistencia adicional que requiriera. La publicación de este libro es, en cierto modo, un reconocimiento a esa contribución espontánea.

En Venezuela conté con la invaluable cooperación del presidente de la firma privada de comunicaciones Asesorac, Luis Vezga Godoy, quien entusiasmado con mi proyecto, organizó la mayoría de las entrevistas realizadas en Caracas con exfuncionarios del gobierno de Betancourt y ex-oficiales de la Policía Técnica Judicial.

No puedo dejar de mencionar la colaboración recibida del personal de la Fundación Rómulo Betancourt, en especial de las siempre atentas y dispuestas Silvia Cova y Alsira Colmenares, así como del investigador Arturo Sosa, dedicados todos a la noble y valiosa tarea de ordenar y preservar el legajo de papeles del desaparecido líder venezolano.

Estas personas no sólo me brindaron acceso a los archivos de la entidad, sino que con esmero y paciencia respondieron todas mis inquietudes sobre el tema. Buena parte de la documentación y las gráficas utilizadas en esta obra provienen de los archivos de esa fundación.

Un venezolano ilustre, don José Agustín Catalá, entrañable amigo de Betancourt durante años, colaboró de forma espontánea poniendo a mi disposición una extensa bibliografía sobre el ex-presidente y su época. Muchas de las fotografías que sirven de ilustración a esta obra son de sus archivos, las cuales también me facilitó gratuitamente.

Entre muchas otras, las entrevistas con los ex-presidentes Ramón J. Velázquez y Carlos Andrés Pérez, fueron de enorme utilidad para reconstruir algunos pasajes importantes y entender las peculiaridades de ese período difícil de la historia contemporánea de Venezuela.

Agradezco también la atención que me brindara el periodista Argenis Martínez, jefe de redacción de El Nacional de Caracas, quien me abrió los archivos de ese importante rotativo y ofreció sugerencias de enorme utilidad.

En Santo Domingo, debo especial agradecimiento al personal del Archivo del Palacio Nacional, principalmente a su encargado William Ramírez y a la Secretaria Administrativa de la Presidencia, Carmen Rosa Hernández, quien atendió mis repetidas solicitudes epistolares de acceso a esa importante fuente de información sobre la época estudiada.

Sin la colaboración de esas personas hubiera confrontado dificultades insuperables para documentarme sobre la posición del Gobierno dominicano en el conflicto con Venezuela.

De inapreciable valor fue también la revisión de los archivos de la Cancillería, a pesar de los problemas derivados del deplorable estado en que se encontraban, no obstante su enorme importancia histórica.

Debo también gratitud a los funcionarios del Archivo General de la Nación, por haberme permitido la revisión de las colecciones de los diarios dominicanos de la época.

El historiador y profesor universitario doctor Hugo Tolentino Dipp dedicó horas a la lectura de los originales y sugirió cambios valiosos que sin duda contribuyeron a mejorar esta obra.

Pertinentes resultaron también las observaciones de la académica y periodista Laura Gil, crítica de arte. Estoy en deuda con ambos.

Por igual lo estoy, con el director de la revista Mundo Diplomático, Aliro Paulino hijo, quien me facilitó gentilmente algunas de las fotografías de su valiosa colección sobre la Era de Trujillo.

Como siempre, el periodista Germán E. Ornes y su fiel asistente doña Quío Rodríguez, atendieron todas mis necesidades adicionales de información dándome acceso a los voluminosos archivos del periódico El Caribe.

Mi gratitud está dirigida también al historiador y profesor universitario Adriano Miguel Tejada, por su ingente y pulcra tarea de diagramación y, especialmente, por sus atinadas sugerencias de último momento.

El encargado de la biblioteca de la oficina de la OEA en Santo Domingo puso a mi disposición copias de las actas de las diferentes reuniones en las cuales la entidad regional discutió los hechos narrados en esta obra.

Esas informaciones preliminares fueron la bujía inspiradora de toda la investigación posterior que hoy se traduce en este volumen. La paciente labor de digitación de Judy Neris constituyó un fuerte alivio en la minuciosa tarea de corrección, lo cual hizo de ella una colaboradora de este proyecto.

Tres personas, en especial, deben ser mencionadas aquí. Son Esther, mi esposa, y Lara y Miguel, mis hijos, sin cuyo apoyo moral no hubiera podido mantener el entusiasmo y la dedicación que me impulsaron desde el primer momento.

Miguel Guerrero Santo Domingo, 20 de octubre de 1994

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