Pocas veces como en la crisis de Ucrania, se ha podido observar de cerca y al desnudo, la manera en que el gobierno imperialista de los Estados Unidos prepara a la opinión pública mundial, pero sobre todo a la de su propio país, para que acepten y apoyen una nueva guerra de agresión, en este caso contra Rusia.
No es nada nuevo. El gobierno de Joe Biden está repitiendo paso por paso y palabra por palabra el mismo guion seguido por otros que le antecedieron y que usaron para justificar, como víctima obligada por las circunstancias, su entrada en diferentes conflictos, desde la Guerra Hispano-americana de 1898, con el pretexto del hundimiento del crucero acorazado Maine en la bahía de La Habana, en febrero de ese mismo año, hasta la guerra contra Irak en el 2003, iniciada con el falso pretexto de que el gobierno de ese país disponía de armas de exterminio masivo.
Lo primero que se hace en estos casos, es atizar el miedo y la histeria. Se fomenta la ansiedad colectiva mediante “pruebas” y declaraciones de “expertos” y altos funcionarios del gobierno, como está haciendo un desorientado y patético presidente Biden, para “denunciar y alertar” de que un tremebundo peligro inminente nos acecha y que debemos tomar medidas preventivas y urgentes para conjurarlo. No importa que semejante peligro sea imaginario. No importa que no haya pruebas fehacientes de su existencia. Tampoco que el único beneficiado con la marcha forzada de los acontecimientos, sea el mismo que se declara como víctima inocente y que, casualmente, vive, lucra, y recicla sus problemas internos y externos, con guerras infinitas, como ha demostrado la historia.
En el siglo XX los Estados Unidos participaron en 36 guerras, todas ellas “justas”, de creer en su maquinaria propagandística. En lo que va del siglo XXI ha participado, o está participando, en otras 10.
¿A quién beneficia este estado de guerra perpetua? ¿Quién lucra con las ventas de armamentos y pertrechos militares? ¿Qué país ostenta la supremacía mundial en este rubro sangriento?
Estados Unidos y su complejo militar-industrial ingresó en el 2021 el 54% de todos los ingresos generados por este comercio letal, a escala planetaria. Por este concepto, la economía norteamericana ingresó en sus arcas, la astronómica cifra de 285,000 millones de dólares. Solo a Ucrania, “justificado” por una crisis artificial que le conviene en momentos de contracción económica y desplome de su liderazgo a escala mundial, las empresas norteamericanas han vendido, hasta la fecha, 1500 millones de dólares en armamento y pertrechos militares.
La traducción, a la luz de la historia y los datos comprobables a mano, cuando Biden denuncia una “inminente” invasión rusa a Ucrania, que no se ha producido ni se producirá a menos que Rusia sea atacada, es la siguiente: “¡Pasen señores, pasen, inviertan su dinero en armas y no en programas para el desarrollo de sus naciones. Vacíen sus bolsillos, endeuden sus países para que mis arcas imperiales rebosen; contribuyan a eliminar potencias rivales que me restan importancia geopolítica; trabajen para que yo pueda recuperar mi liderazgo mundial perdido! Yo pongo las armas, ustedes me pagan y ponen los muertos: negocio redondo”.
Rusia no tiene bases militares alrededor del mundo. Estados Unidos tiene 800 desplegadas en todos los continentes, en las que están estacionados 170,000 soldados y oficiales. No es Rusia quien ha desplegado misiles en las cercanías de las fronteras norteamericanas o de los países miembros de la OTAN. En Ucrania los sistemas coheteriles occidentales pueden alcanzar Moscú en cinco minutos. La OTAN, a pesar de lo pactado en tiempos de Gorbachov, ha seguido creciendo y acercándose peligrosamente a las fronteras rusas.
Creada en 1949 con 12 países, la OTAN creció solo con otras cuatro naciones, en los 33 años que median entre esa fecha y 1982, en que España entró a formar parte. Después de la disolución de la URSS y del Pacto de Varsovia, lejos de reducirse la OTAN ha dado entrada a 12 nuevos miembros con los cuales se ha estrechado el cerco contra Rusia. En estos momentos, Ucrania es una cabeza de playa de la OTAN y del imperialismo norteamericano en la inmediata vecindad de esta nación.
Todo esto explica lo que la propaganda occidental nos oculta. Hacer del agredido un furibundo agresor es el truco más viejo y desgastado de las herramientas imperiales. Por eso no nos dejemos pasar gato por liebre en esta falsa crisis que solo entusiasma a los eternos mercachifles de la muerte.