“Si no es tuyo, no lo tomes; si no es justo, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; si no lo sabes, cállate”. La anterior es una reflexión japonesa que deberíamos llevar tatuada en nuestra mente y en nuestro corazón. La asumo como un noble intento de dejar atrás la antesala de la felicidad, que parte de su esencia es cumplir nuestro deber, y cuando nos equivoquemos, algo inevitable, que sea siempre de buena fe.
Adueñarse de los bienes del prójimo es condenable en toda la extensión de la palabra, pero se agrava en la medida de que esa vil acción se comete en perjuicio de lo que pertenece a todos, por lo que la sanción debe ser mayor. No hay excusas para esta falta, salvo, en principio, el entendible “hurto famélico” que es cuando alguien, sin ejercer violencia sobre personas o cosas, se apodera de alimentos básicos para subsistir porque tiene hambre y carece de dinero o de medios para adquirirlos.
En nuestro accionar, debemos enfocarnos en ser justos, y reconocer las debilidades humanas. Ser justo es hacer lo que entendemos correcto, lo que dicta nuestra conciencia, de donde deduzco que en todo acto de justicia habita una agradable vanidad que, si se mantiene en secreto, tiene un valor indescriptible. Ser justos nos convierte en mejores personas y provoca en el que lo hace y en los demás una razonable dosis de sosiego, felicidad y esperanza.
Hablar mentira denigra al que la promueve. “Nuestra verdad” hay que darla a conocer, aferrándonos a la moral universal para que nos guíe. No todos tienen la fuerza de levantarla y llevarla orgullosos en sus hombros y exhibirla. Baltasar Gracián, uno de mis autores favoritos, escribió que es tan difícil decir la verdad como ocultarla. Y la verdad es que la “verdad”, en cualquier escenario, tarde o temprano resplandece, íntegra, audaz, potente y feliz.
Guardar oportuno silencio es otra virtud. ¡Cuántos, siendo excelentes trabajadores, no alcanzan triunfos importantes por ser, sencillamente, unos deslenguados! Muchos pierden la oportunidad de avanzar por soltar frases imprudentes o porque se les escapa algún monosílabo inapropiado. Otros aparentaron cualidades que no poseían, y sale a relucir su ignorancia en el mismo instante en que abrieron la boca; si no lo hubieran hecho, todavía los considerarían sabios. Si usted no sabe algo, enmudezca, no invente, que puede fracasar en sus propósitos.
Sin dudas, debemos aprender mucho de la sabiduría japonesa. Un buen ejemplo son los cuatro consejos con los que comencé y ojalá los practiquemos sin excusas, animados. Los repito: “Si no es tuyo, no lo tomes; si no es justo, no lo hagas; si no es cierto, no lo digas; si no lo sabes, cállate”.