La guerra de Ucrania ya tiene cuatro meses de haberse iniciado, sin que hasta el momento se vislumbre una solución que pueda satisfacer los intereses de las partes envueltas en el conflicto. Miles de vidas humanas se siguen perdiendo, las ciudades continúan siendo devastadas y millones de ucranianos han tenido que tomar el camino del exilio, todo ello a pesar de los reiterados llamados del papa Francisco en procura de la paz.
En un artículo que en esta misma columna escribí el pasado 11 de marzo con el título de “Ucrania: Derecho internacional y geopolítica”, condenaba enérgicamente la invasión rusa a Ucrania por ser contraria al Derecho Internacional, sustentado en el respeto a la soberanía de las naciones, pero al mismo tiempo llamaba la atención de las razones geopolíticas que impulsaron a Rusia a su decisión, espoleada por los avances del pacto militar de los Estados Unidos y Europa que tras finalizar el período de la guerra fría inició una expansión hacia los países del este del Viejo Continente que aquella juzgó como una amenaza a su seguridad.
Ahora resulta que la guerra se ha empantanado. En sus inicios, Rusia pensó que fácilmente alcanzaría la capitulación de Kiev, la capital de Ucrania, su gobierno sería depuesto y nuevas autoridades afines a sus políticas tomarían el mando. Los países de la OTAN (la Organización del Tratado del Atlántico Norte) reaccionaron con una ayuda masiva en lo militar que permitió a Ucrania resistir con relativo éxito y obligó a Rusia a replegar sus fuerzas en la franja oriental en donde iniciaron una ofensiva que le ha permitido ir ocupando paulatinamente desde el sur hasta el norte toda esa región del país de habla ruso, en la cual se habían apoderado desde 2014 de la península de Crimea en el sur y de las ciudades de Donestsk y Lugansk.
En estos momentos nos encontramos en presencia de una guerra de desgaste. Es obvio que Ucrania no cuenta con la capacidad militar para enfrentar y derrotar el poderío de una potencia nuclear como es Rusia. No obstante, los Estados Unidos y demás países europeos de la OTAN prosiguen el envío de material bélico con fines de reforzar a las tropas de Ucrania, pero sin osar penetrar en su territorio ni volar en su cielo por temor de que pueda desatarse una conflagración mundial.
Mientras tanto, la economía global atraviesa por una profunda crisis que ha conducido a un incremento en los precios de los alimentos básicos, a un aumento en el barril del petróleo y a la escasez de artículos básicos para la dieta diaria como el pan. Las sanciones impuestas a Rusia se sienten en los países europeos que hasta ahora dependían en sus energías del petróleo, el carbón y el gas de Rusia y en los países africanos se espera a corto plazo una hambruna.
La semana que entra se reúne en Madrid una cumbre de la OTAN y ya los medios de comunicación informan que en ella se decidirá convertir a los países de Europa oriental en un fortín, con la presencia de miles de soldados. Los tambores de guerra siguen sonando, sin que se vislumbre a corto plazo una solución, pues es difícil de imaginar que la OTAN decida declarar la guerra a Rusia, con el riesgo que tal paso representa, como es poco probable que esta se arriesgue a una ocupación y anexión total de Ucrania.
Ante tal panorama ya han comenzado a oírse voces que claman por una negociación que conduzca a la paz. El primero en levantar esta bandera ha sido Henry Kissinger y a él ha seguido el presidente francés Emmanuel Macron, quien ha advertido que no se debe humillar a Rusia. El propio secretario general de la OTAN, el noruego Jens Stoltenberg en una entrevista concedida al diario español El País ha dicho que “lo más probable es que esta guerra termine en la mesa de negociación”, pero ha aclarado que corresponde a los ucranianos decidir si están dispuestos a sentarse o no en una mesa de negociación.
Desde luego, será muy difícil para los gobernantes de Ucrania aceptar una negociación, pues ella podría implicar, a no dudar, la pérdida de una parte de su territorio. Por lo demás, la historia nos muestra ejemplos de cómo a la alta dirección de un país invadido le cuesta aceptar una avenencia con el país agresor. Solo recordemos lo sucedido aquí. En la primera ocupación norteamericana las fuerzas de la “pura y simple” abogaron inútilmente por un retiro sin condiciones de los invasores y en la intervención más reciente del año 1965 hubo fuertes resistencia a una concertación.
Al final no hubo otra salida que negociar con el imperio y acordar lo menos gravoso para la nacionalidad. Es duro, desgarrador, pero no por ello quedó disminuida la figura de Caamaño, a quien todos recordamos como un héroe nacional, como tampoco sucederá con Zelenski, quien ya tiene ganado el corazón de su pueblo.