Las guerras no estallan por el simple capricho de una persona o grupo. Es de una inmensa ignorancia pensar así y divulgar ese pensamiento para confundir, como están haciendo medios, al intentar explicar al mundo las causas profundas de la guerra en Ucrania.
Ninguna guerra, como ya hemos dicho, y menos las que estremecen al mundo globalizado donde vivimos, podrán ser explicadas sin tener en cuenta las raíces económicas, políticas y geopolíticas del conflicto. Intentarlo, como poco profesionalmente han hecho algunos medios de cadenas noticiosas, entrevistando psicólogos y psiquiatras para penetrar en las intenciones del presidente Putin, no puede ser más evidente. En su lugar hubiese sido mejor invitar a sus estudios a economistas, politólogos, sociólogos y militares verdaderamente capacitados. Hay que decir, en honor a la verdad, que esto no se hace por ignorancia, sino con intención e intereses bien definidos; quienes atizan las guerras y se benefician con ellas, siempre les conviene distorsionar la realidad y presentarnos una escena teatral donde los actores se mueven declamando heroicidades y romanticismo.
La guerra de Ucrania, sin dudas golpea la economía mundial de muchas maneras; una de estas es el impacto en la cadena de abastecimiento, que, según analistas económicos y políticos, podría costarle un billón de dólares a la economía mundial y agregar un 3% a la inflación global en lo que resta del año. Este efecto se sumaría al impacto que ha ocasionado la pandemia en las economías de casi todos los países del mundo, sobre todo aquellos que tienen comercio con Rusia y que los auspiciadores y distorsionadores de los reales orígenes del conflicto, procuran por todos los medios aislar a Rusia fomentando el rompimiento del comercio con este país, lo cual genera a su vez presión sobre una gran variedad de rubros indispensables para producir todo, en una especie de efecto dominó.
Esta situación coloca a la humanidad frente a un panorama incierto de una economía mundial en que los niveles de inflación se aceleran y el crecimiento económico se estanca para unos, mientras para otros va desapareciendo, incluida la propia Rusia.
Evidentemente, esto plantea un gran desafío no solo para las entidades económicas y financieras, sino para los gobiernos de las potencias emergentes y los países en desarrollo, estos últimos con economías ya afectadas por la pandemia y ahora con niveles de inflación que les obliga a dirigir sus miradas al combate del incremento desenfrenado de los precios de un sinnúmero de insumos, ante un fenómeno global que se perfila a ser de largo plazo.
La guerra es la continuación de la política por medios violentos, y la política, a su vez, es la expresión concentrada de la economía. Dicho así, de manera pura y simple, las causas de la guerra en Ucrania tiene que ver con el visible declive de países occidentales y algunos aliados europeos y el descrédito de la OTAN, que vienen perdiendo la guerra subterránea, comercial, política y geopolítica, que han sostenido con otras potencias emergentes y reemergentes del mundo globalizado, especialmente con China, Rusia, India, Brasil y Sudáfrica, todos miembros del grupo conocido como BRICS, una alternativa palpable de lo que puede ser la vida tras el ocaso de la hegemonía norteamericana y europea.
Otros países de menor peso específico que los ya mencionados, se alinean en esta guerra en el lado de los que no apoyan las sanciones de todo tipo aplicadas por los enemigos de Rusia para intentar quebrarla, sin llegar a una confrontación militar. Llama poderosamente la atención que continentes como América Latina y África no se hayan sumado a este intento, resistiendo las brutales presiones del Departamento de Estado norteamericano.
Tampoco lo han hecho todos los países asiáticos, los del Medio Oriente, incluso algunos europeos, como Hungría, que mantienen inalterables sus intercambios económicos con Rusia. Estas alineaciones, en algunos casos sorprendentes, son muestra elocuente de que estamos asistiendo al enterramiento del viejo orden mundial vertical y unipolar y que ante nuestros ojos está emergiendo un nuevo orden mundial horizontal y multipolar, mucho más acorde con el espíritu de la globalización, su naturaleza y sus realidades.
La guerra de Ucrania, intento tardío de frenar y revertir este proceso, lo está transparentando y acelerando. Cuando ella haya concluido, el mundo y todos seremos diferentes.
Nada de lo anteriormente señalado es inexorable, sino posible. Mucho dependerá su concreción de la manera en que termine la guerra de Ucrania. Ojalá en el futuro, en el nuevo mundo que deberá emerger de las ruinas de esta conflagración, no sean necesarias las guerras para arribar a nuevas cotas de convivencia más humana y justa. El impacto de esta guerra en la economía mundial va más allá de Rusia y Ucrania.