Lo que en a inicios de 2017 parecía una arremetida violenta desde la derecha conservadora estadounidense encabezada por Donald Trump, en coro con algunas de otros países, contra la globalización económica, se ha venido revelando con mucha claridad como dos cosas. Primero, como un discurso con una trascendencia fundamentalmente política y con limitadas implicaciones económicas. Su objetivo obvio ha sido mantener el apoyo de las bases que le dieron el triunfo político a Trump.
Segundo, pasó de un discurso generalista contra el “comercio injusto” y contra “los peores acuerdos comerciales”, a acciones de política enfocadas en China. Pasó de una rabieta comercial a un accionar estratégico que ha identificado con claridad al adversario, no sólo en el plano comercial sino también en el tecnológico.
En ese año, Donald Trump sacó a Estados Unidos del Tratado Transpacífico (TTP), un acuerdo de libre comercio entre 12 países de Asia y América que explican más del un tercio del PIB mundial y un 12% del comercio internacional. Desde el gobierno de Obama, se había concebido al TTP como una pieza importante para contener la creciente influencia china. Además, denunció al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA por sus siglas en inglés) e impulsó su renegociación, impuso aranceles al acero y al aluminio para beneficiar a fabricantes locales, e intensificó su discurso contra las prácticas comerciales y tecnológicas de China.
Sin embargo, una mirada rápida a los resultados concretos de esa arremetida y a la agenda comercial que Estados Unidos está impulsando indica que los cambios concretos han sido y serán modestos, y que la globalización económica difícilmente será revertida.
NAFTA 2.0 o el USMCA
Donald Trump reclamó que el nuevo NAFTA, rebautizado como USMCA por las siglas en inglés de los países miembros (Estados Unidos, México y Canadá), era un gran logro de su gobierno y que era un gran acuerdo. Pero una revisión de los principales cambios dice que estos fueron limitados, que la mayoría fueron modernizadores en el sentido de incorporar nuevos temas que estaban en agenda desde hace un tiempo, y que los únicos cambios relevantes se refieren a las reglas del comercio de automóviles y sus partes entre México y Estados Unidos, y al comercio de lácteos entre Estados Unidos y Canadá.
Los cambios que modernizan el acuerdo son la introducción de un capítulo sobre pequeñas y medianas empresas (PyME) en procura de que participen más del comercio regional, la introducción de un capítulo sobre comercio electrónico (el acuerdo se firmó a hace más de un cuarto de siglo, cuando no existía) que prohíbe impuestos al comercio de productos digitales distribuidos electrónicamente como libros, videos, música, softwares y juegos, y la inclusión de nuevas provisiones sobre propiedad intelectual que refuerzan esa área, y de otras que incluyen obligaciones ambientales adicionales y que promueven buenas prácticas regulatorias, la transparencia y la rendición de cuentas.
En el caso de los automóviles, se incrementó desde el 62.5% hasta el 75% el requerimiento de valor agregado de los países miembros para que los vehículos y partes sean considerados como originarios y, por tanto, reciban tratamiento de libre comercio. También impuso el requerimiento de que entre 40% y 45% del contenido de un vehículo sea elaborado por trabajadores cuyo salario mínimo sea al menos 16 dólares por hora. Ambas cosas procuran beneficiar a los fabricantes estadounidenses frente a las empresas instaladas en México y en países fuera del acuerdo que proveen partes (en especial China), pero no está claro que lo vaya a lograr porque encarece los vehículos, reduciendo las ventas potenciales y la producción.
En el caso de los lácteos, Estados Unidos y Canadá acordaron que este último país limitará las exportaciones y se compromete a dar más acceso a Estados Unidos a su mercado. Estas modificaciones benefician a los productores de Estados Unidos.
Aunque los automóviles representan una proporción elevada del comercio entre Estados Unidos y México, es difícil argumentar que las nuevas provisiones representan un cambio importante en el NAFTA. En lo fundamental, los flujos de comercio se modificarán, pero solo moderadamente. Mientras tanto, los cambios modernizantes como los relativos a las PyME y el comercio electrónico eran previsibles y están siendo incorporados en todos los nuevos acuerdos o en las revisiones de los viejos.
Nuevos TLC en camino
Pero no es sólo que el NAFTA cambió poco, quizás más en desmedro de China como proveedor de partes de vehículos, pero con pocos beneficios para Estados Unidos. Es también que, en una clara divergencia frente al discurso inicial, Estados Unidos parece seguir con una agenda activa de impulso a nuevos tratados de libre comercio que no diferirán mucho de los anteriores a excepción de los nuevos temas ya mencionados y del énfasis estadounidense en el tema de los vehículos.
Corea del Sur y Estados Unidos acaban de terminar de revisar su acuerdo de libre comercio y nueva vez, el cambio más importante se limita al tema de los vehículos. Estados Unidos obtuvo algunas ventajas como un incremento en el número de unidades que los fabricantes estadounidenses pueden colocar en el mercado coreano y que cumplen con los requerimientos de seguridad de Estados Unidos en vez de los coreanos, y una prolongación en el tiempo el desmonte arancelario para camiones coreanos.
Por otra parte, Estados Unidos está dando pasos para empezar la negociación de nuevos tratados de libre comercio con Japón y Filipinas. Con Japón, Estados Unidos dice que buscará reducir su déficit comercial con ese país logrando eliminar aranceles a sus productos industriales, reducir las barreras no arancelarias a sus vehículos en ese país, lograr compatibilidad en la regulación para medicamentos, dispositivos médicos, cosméticos, equipo de telecomunicación y productos químicos, y reducir los tiempos de embarques y para envíos expresos de bajo valor.
También está dando pasos para retomar la negociación de un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, y negociar uno con el Reino Unido, presumiblemente en anticipación al Brexit.
Arranca el TTP con 11 países y sin Estados Unidos
Más aún, otros países continúan haciendo esfuerzos por liberalizar aún más el comercio a través de negociaciones en bloque. El TTP, del cual Estados Unidos se retiró, entró en vigor el 30 de diciembre pasado en seis de los once países restantes que firmaron: Australia, Canadá, Japón, México, Nueva Zelandia y Singapur, y el 14 de enero entrará en vigor en Vietnam. Queda pendiente de ser ratificado por Brunéi, Chile, Malasia y Perú. Tailandia, Corea del Sur y el Reino Unido han expresado interés en sumarse.
Adicionalmente, se está discutiendo las formas que podrían adoptar los acuerdos económicos entre el Reino Unido y los países del Caribe, África y el Pacífico que han firmado tratados con la Unión Europea, una vez este el Reino Unido complete el Brexit.
De tal forma que, de todos los fuegos artificiales lanzados en 2017, lo único que queda es el conflicto estratégico entre Estados Unidos y China. Es ampliamente conocido que el primer país ha venido imponiendo barreras masivas a las importaciones desde China, y este último ha respondido de forma relativamente simétrica. No es claro donde pueda terminar la disputa, pero la amenaza de una desarticulación de las estructuras de comercio y de una costosísima disrupción del comercio global se ha venido disipando. No obstante, el impacto de la incertidumbre se está haciendo sentir y está reduciendo el impulso de las inversiones y el comercio.
Lo nuevo: tasa de cambio y acuerdos con China
Sin embargo, hay dos cosas que Estados Unidos está avanzando con fuerza en su agenda comercial y que pueden marcar de forma importante al comercio internacional en el futuro. Lo logró con la renegociación del NAFTA o USMCA y lo está planteando con Japón.
Una es que está procurando que los acuerdos incluyan provisiones sobre el manejo de las tasas de cambio para que los países no la usen como arma comercial. Eso implica restringir el espacio para las políticas cambiarias de los países. Por años, desde Estados Unidos se ha acusado a China de subvaluar su moneda para impulsar las exportaciones y reducir sus importaciones.
La otra es que, en una clara movida que procura contener a China, busca reducir las posibilidades de que los países con los que firma acuerdos lo hagan también con ese país, introduciendo provisiones que restringen las relaciones comerciales de los firmantes con economías que no son de mercado. China no es considerada una economía de mercado.
Aunque una reversión de la globalización económica no es previsible, muchos países van a estar sujetos a una enorme presión por parte de China, en su esfuerzo por expandir y consolidar su influencia global, y por Estados Unidos en el suyo por contenerla. Jugar en ese tablero y preservar ciertos rangos de autonomía será muy complicado.