Ocho años lleva la primaria, sin contar el preescolar, seis para llegar a ser bachiller, seguido de unos cuatro años para prepararse en la carrera elegida y con suerte, alguna maestría de dos años de duración o cualquier otra formación de postgrado. Toda una vida de preparación académica, intercalada con sus respectivos desvelos, para estar a expensas del que no pudo (o no quiso) estudiar.

De nada vale ser un profesional destacado, si necesitas el servicio doméstico para poder concentrarte en tu jornada, sabiendo que la casa está bajo su control. Una mansión espectacular sería un entresijo de muebles, si no se mantiene limpia y reluciente para sus ocupantes y se pueda exhibir a los visitantes. De poco sirven los títulos y compromisos sociales sin una niñera que, mientras tanto, cuide a los pequeños. Tampoco un vehículo de lujo sin un chofer que lo conduzca o un mecánico qué le dé el debido mantenimiento. Ese baño de ensueño no pasa de ser de exhibición sin un plomero que lo haga funcionar.

Se puede ser el empresario del año y amasar una fortuna, sin embargo, a la hora de la verdad, son los obreros los que levantan el emporio. La belleza de la alta dama de sociedad depende de una joven humilde de barrio que le arregla el pelo y la pone a la altura de su glamoroso entorno. Los despreciados mozos o delivery son quienes llevan la comida a su destino; en esos momentos de hambre, son más útiles que ser doctor, abogado o comerciante. El ebanista, el electricista o el maestro de obras pueden a su sólo capricho retrasar una edificación exponiendo al ingeniero a posibles indemnizaciones por incumplimiento.

Todo el dinero del mundo no alcanza para lograr un servicio que lo presta quien está dispuesto a ofrecerlo, unos, por necesidad, otros, por vocación. Al abogado ilustre le serían insuficientes los argumentos sin una secretaria o un alguacil responsables, lo mismo que el juez con múltiples expedientes que depende de un personal eficiente para no caer en el desprestigio.

Parecería ser la venganza del que nada tiene contra los que le sobra y navegan en la abundancia porque en determinados momentos, resultan más necesarios que una cuenta en el banco. Es la resistencia silente, pero inequívoca, frente al privilegiado, del que vive en la escasez o talvez, la rebelión de los de abajo para recordarnos que, aun en su pobreza, son imprescindibles en nuestra existencia y que somos iguales ante Dios y la ley porque, aunque algunos tengan las riendas del poder para querer azotar, sin caballos, no habría forma de que el coche avance.

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