Como ha dicho y escrito en reiteradas ocasiones Mario Vargas Llosa, la ficción es la reina del mundo, sin ella nada es posible y ella, en sentido inverso, agregamos, lo es todo. Sin ficciones no puede vivir el ser humano y todo lo visible en el mundo es producto de ella, aunque parezca ficción.

El Estado, para poner un ejemplo, es una ficción necesaria para controlar los impulsos naturales del ser humano y lograr la convivencia pacífica y el desarrollo de las potencialidades de cada uno. Con el Estado, otra ficción igual de necesaria: el Derecho, sin el cual sería más incómoda la convivencia pacífica y la organización comunitaria.

Obvio, las normas, entre otras medidas, afirman el dominio de grupos minoritarios sobre las grandes mayorías y esto, a escala global y casi desde que el mundo es mundo. Por demás, la justicia, como intento de aplicación de las normas en procura de garantizar la paz social y la libertad individual, dando a cada uno lo suyo, es otra gran ficción. ¿Trata la justicia con igualdad a todos?

Y así la lista podría ser larga, muy larga. Obvio, Vargas Llosa habla de las ficciones como idea de que el hombre pueda vivir otras vidas y aventuras que de otra forma le sería imposible y dice, además, que sin ellas la vida sería aburrida, casi insoportable. Pero, como vemos, el listado excede lo preceptuado por el premio Nobel de Literatura. Ciertamente el ser humano, como animal racional, ha tenido la necesidad de crear mitos, leyendas, sistemas morales y otras tantas categorías y conceptos que procuran una vida armoniosa.

Ahora bien, pensar y esperar que “el otro” actúe bien, partiendo de un concepto personal de lo que es el bien, sin antes hacer un consenso con aquél, que válidamente podría entender el “bien” de forma totalmente diferente, es un error. Bueno, la solución podría estar en las normas, pero estas no pueden tener todos los supuestos posibles, sería más que imposible. En este punto tendríamos que recurrir al estoicismo: es más fácil y controlable actuar en función de nuestros códigos morales, sin dañar a otros claro está, pero sin esperar de estos nada especial, pues sus actos no los podemos controlar.

Y así otras ficciones, como las de una sociedad justa y equitativa, en la que no haya ambiciones personales o grupales y que, en caso de existir, no sean descontroladas ni afecten, de realizarse, a los demás.

Antes esas ficciones se creaban y transmitían de forma oral, y son tan fuertes que son parte casi de nuestro ADN y conforman la realidad. Hoy se procura crear una realidad paralela, que sustituya a la “real”, apelando al sentimiento y al miedo grupal para, como siempre, beneficiar a un grupo de creadores de sueños.

La verdad siempre ha sido menos atrayente que la mentira y más difícil de “vender”, pero la mentira tiene “piernas cortas”. Solo debemos enfrentarla antes de que haga demasiado daño y de que llegue muy lejos.
Debemos volver a las ficciones “verdaderas”.

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