Estamos (o deberíamos estar) en ambiente de “Feria Internacional del Libro”, este año dedicada a nuestro polifacético escritor Lupo Hernández Rueda. Como “País Invitado de Honor” está Guatemala, cuna de Miguel Ángel Asturias. Allí se destaca la obra del “Cantor del Yaque”, Juan Antonio Alix, nuestro poeta popular por excelencia.
Cuando leo o escucho la palabra “libro”, recuerdo al padre Ramón Dubert, quien fue un lector empedernido. Devoraba uno o dos libros por semana. Nos aconsejaba que amáramos la lectura, pues nos liberaba y nos capacitaba para tomar decisiones conscientes, sin las cadenas que nos imponía la ignorancia.
Uno de los primeros autores que me sugirió fue a Unamuno, a quien encontré en mi adolescencia con una sentencia de esas que tienen la autoridad de la cosa irrevocablemente juzgada: “Cuando menos se lee, más daño hace lo que se lee”.
Aprendí de ese gran sacerdote que la lectura era una fuente enriquecedora de nuestra condición humana y aunque nos llegara alguna obra cuyo contenido se apartara de nuestros principios, debíamos leerla si tenía calidad, que no nos encerráramos y que buscáramos su lado positivo, hasta el grado de que fortaleciera nuestras creencias o las modificara ligeramente, siempre para bien.
Recuerdo una de las frases preferidas de Dubert: “Uno es lo que lee”. La repetía sin cesar, como un terrenal mandamiento. Esas palabras resaltan en su lápida, en la Iglesia San Ramón Nonato, de Santiago. “Uno es lo que lee”, es verdad.
La lectura es un excelente medio para evitar las manipulaciones y la falsedad, porque el conocimiento nos hace pensar con luz propia, ver más allá de las apariencias y forjar un camino que resalte nuestra autenticidad.
Lo que leemos asidua o esporádicamente influye sobremanera en nuestra forma de ser. Es más, hay casos en que un libro olvidado, una pequeña historia, un artículo escondido, un pensamiento ligero o un refrán rescatado por la memoria, marcan para siempre nuestras vidas.
Una vez le expresé a Dubert, cuando hablábamos de la influencia de la literatura en nuestra personalidad, que “dime lo que lees o escribes y te diré quién eres”. La idea le fascinó y la catalogó como acertada. Así que, amigos lectores, si somos lo que leemos o escribimos, revise su mesita de noche y hasta lo que usted envía por su correo electrónico, para saber, sin ayuda de sicoanalistas, quién realmente es usted.
En estos días, animémonos a asistir a la “Feria Internacional del Libro” en Santo Domingo. Vamos con todo el que pueda. Hay obras de calidad a buen precio y un ambiente que sin dudas nos motivará a amar más la lectura y a convertirnos en personas más formadas.