La decisión de las autoridades de disponer el reinicio de la docencia presencial, tanto en el sistema de instrucción pública como universitario, ha sido un paso delicado y controversial, sobre todo, por el temor que predomina en mucha gente a los efectos del contagio y sus secuelas.
Justo es reconocer que un país no debe cerrarse por tanto tiempo y que la economía como otras actividades que le dan vida al Estado, deben continuar a pesar de los grandes riesgos para la salud y la vida. Debemos advertir que, ahora como nunca, con las protestas, amenazas pandémicas y la división de criterios en diversos estratos de la sociedad, el gobierno debe mantener abiertos todos los ojos de la previsión, las medidas de cuidado para evitar que un incremente sustancial en los contaminados, pueda minar la fe de la gente y disminuir los efectos positivos de una buena intención.
Si se abren definitivamente las aulas, tanto educadores como educandos, deben entender el valor de este sacrificio y, disciplinariamente asumir el reto, porque al final de la jornada, es el país que pierde o gana.
Los gremios de maestros, las asociaciones de padres y las autoridades educativas deben hacer un alto ahora en cualquier diferencia del pasado o vigente y pensar que la educación es el camino más expedito hacia la libertad y el crecimiento de los seres humanos. Buscar las fórmulas para que cada sector comprenda que es una rama importante en árbol de la patria.
Las medidas para frenar los niveles de contagio y de hospitalización fueran menores y menos gravosas, si cada ciudadano asume su rol y protege a su semejante cumpliendo con los parámetros colocados en carpeta por las autoridades sanitarias nuestras como en el resto del mundo. Nadie está fuera del alcance del virus en cualquiera de sus manifestaciones y, la única forma de vencerlo al final del camino es, comprendiendo la gravedad de sus efectos.
Como maestro no niego que tengo algo de miedo, pero ya recibí las vacunas de rigor y estoy en las aulas cumpliendo con el sagrado deber de aportar algo de lo aprendido y contribuir con el fortalecimiento de la educación que, ahora más que nunca se requiere en el país. Nadie debe ser obligado, pero volver a las aulas es un deber que debemos asumir. El país debe seguir.