Dicen que la edad es solo un número, pero uno que todos se encargan de recordar y que pesa a muchos.
En las reseñas periodísticas aparece entre paréntesis y en negritas, a renglón seguido del nombre (como si eso explicara los acontecimientos), aunque no tenga relación con la noticia pero, sin duda, para magnificarla y darle dramatismo, entre la fragilidad del anciano y la gracilidad del joven.
Es como la marca de la letra escarlata, pintada con tinta indeleble, imposible de eliminar y cocida por los años a los que no vale quererlos retardar. El tiempo es implacable y sus estragos son invencibles, a pesar de las cirugías, dietas y gimnasios que, por más eficaces que aparenten ser, no pueden retrotraernos a un retrato del ayer. Esa película arrancó con el nacimiento y su proyección continúa hasta que desaparezcan los actores, si bien sin prisa, también sin pausa, indetenible.
El culto al cuerpo se ha instalado como una filosofía de vida en que se persigue infructuosamente quedarse frisado en el ayer, cuando la madurez debería exhibirse con orgullo por el tiempo recorrido en esta tierra y todos los aprendizajes adquiridos en el trayecto. No todos tienen esa suerte, un camino no se aprende sin recorrerlo.
La promesa de eterna juventud es una falacia que genera formas inagotables de producir ingresos -como sinónimo de salud, belleza y energía- atrayendo al que se aferra a una etapa ya superada, resistiéndose al presente. La piel es un claro rastro de otras épocas que, aun bajo la parálisis del botox, en algún momento rodará por el peso de la gravedad. Los huesos no pueden evitar el desgaste de tantos pasos que solo transitándose pueden experimentarse. Las canas, aunque pintadas, salen brillantes e insistentes para recordarte que ya no eres el mismo, pero que la experiencia te ha hecho más sabio. Lo demás es ridiculez y falsa pretensión de mantenerse en un rango etario ya rebasado, por una nostalgia trasnochada.
Ni siquiera las rayas del tigre son iguales unas a las otras, cada una tiene una historia que contar, en la medida en que se va siendo mayor. Solo una mirada desde la distancia hace que el paisaje circundante pueda apreciarse completo en toda su dimensión, ni un poco antes ni un tanto después, porque la mejor edad de todas, es la que se tiene ahora.