Cierto que de un muerto es poco lo que se puede escribir, decir o hablar en su contra, pues ya no existe y no tiene posibilidad de defenderse; pero, si fue figura pública, no hay forma de evitar que sea objeto de opinión o comentarios; o cuando no, de homenajes o crítica-condena a favor o en contra. Y nada más ilustrativo del fenómeno que la reciente muerte del ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi.
Creo que no me equivoco si vi en Berlusconi a un outsider temprano y atípico que Saramago llamó “la cosa”; pero que Putin, el dictador e invasor ruso, ante su desaparición llama “patriota”. Más, si hurgamos en la “trayectoria” del finado, Saramago habrá definido mejor y los italianos de a pie sabrán que sí, aunque la doble moral política y de opinión pública obvien, entre otros escándalos, los excesos públicos del magnate -que hasta colita nos tocó con la nagüera aquella- y sus negocios-emporios (deporte y televisión: audiencia masiva al servicio de la “política” y el entretenimiento, justamente, vías idóneas o más fáciles para acceder a la fama e influencia pública -ya Sartori lo explicó mejor-).
Y es que Berlusconi fue más que eso para el conservadurismo o la ultraderecha disimulada o abierta, pues fue espectáculo, histrionismo y bragueta alegre que supo proyectar una Europa viril aunque ya decadente y por demás hazmerreir ante una Angela Merkel que supo exhibir liderazgo y opacar-diluir al vedetto. Sin duda, la alemana, salvó la cara y la vergüenza política de Europa.
En la galería, aunque desde otra perspectiva y atmósfera, quedan los casos de Gadafi y Sadam Hussein -verdades y mentiras-; y en nuestro hemisferio: los extremos Trump-Clinton, a pesar de algunas que otras coincidencias o devaneos que Hillary llamó, para el caso de su esposo, “traumas”. En el fondo, igual que la caza a Trump (al margen de lo constitucional-legal o político), es parte del mismo fenómeno, aunque, de por medio, verdades y mentiras. Sin embargo, lo innegable, en este caso, es que demócratas, aun más, y republicanos, menos, están huérfanos de liderazgos. Y así, ante la escasez de un Clinton, McCain u Obama, no hay de otra (y me excusan la disgregación).
De esa misma doble moral política y de opinión pública fue, también, que Joaquín Balaguer, entre nosotros -porque el fenómeno es global-, devino en “Padre de nuestra Democracia”. Por supuesto, habría que hacer la salvedad que, al Cavalier nuestro, no le gustaba, para nada eso de los excesos públicos, aunque sí ciertas excentricidades y unos que otros caprichos y creencias extrañas. Pero, ya lo dijimos, los muertos, a pesar de sus andanzas, son respetables, pues no pueden defenderse; y por ello, la doble moral política y opinión pública pueden decir y homenajear a sus anchas…., es como una patente de corso universal…, un sobarse en halagar post mortem. ¡Vaya mundo!