Hace unos días se me ocurrió retomar la lectura de hace muchos años, “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri. Y me vino a la mente este poema épico de la literatura italiana, porque su título recobra vigencia en medio de esta “comedia” que se impone y que vivimos a nivel social, político y humano.
El autor hace un recorrido por tres niveles distintos del mundo espiritual en el que se involucra con una variedad de personas, ambientes y circunstancias arduos, oscuros y terribles. Este, definitivamente, no es un texto de lectura sencilla. No lo fue hace años y no lo es ahora. Sin embargo, es mucho lo que se puede extraer de “La Divina Comedia” aplicado al acontecer cotidiano.
La novela empieza con un Dante que a la mitad del camino de la vida se siente perdido, y es precisamente lo que motiva mi reflexión en torno a esta magnífica obra de la transición del pensamiento medieval.
Me invita a pensar en si habremos nosotros los dominicanos perdido el rumbo en esta nuestra bella Quisqueya. Así como en el relato de Dante, nos asedian las “fieras” y hemos descendido hasta lo más profundo y bajo, como describe el autor el infierno, donde los vicios, las malas artes, el comportamiento reprochable y el repudio a las normas morales aniquilan las almas.
La codicia y la avaricia, el ‘apetito’ desmesurado por los bienes materiales y los métodos repugnantes para conseguirlos se conjugan con la soberbia, la reina de todos esos vicios, para construir un mundo que representa el engendro de otros tantos males.
Esto sin dejar de aludir la envidia, uno de los pecados que refiere Dante en su narración, que también procede de la avaricia de riquezas que regularmente avivan el hambre de poseer más y suele provocar pérdida de la razón.
Son estos, a su vez, símbolos de la muerte del cuerpo y del alma, y sepultureros de la moral misma. Sócrates decía que el alma tiene una parte racional que impulsa al hombre a hacer lo que es mejor en el sentido de la virtud, y la otra irracional, que lo lleva a perder el rumbo para, a costa de lo que sea, lograr sus objetivos.
Entonces nuestra responsabilidad es precisamente trabajar para revertir este desorden moral que nos aturde, y que se empeña en descarrilar nuestra sociedad hacia un despeñadero profundo y sin final.
De nosotros depende el cumplimiento exitoso de esta misión, que de antemano sabemos es difícil, pero posible de lograr.