El sexo biológico es importante para el coronavirus. No solo eso, sino que el sexo importará bastante al momento de desarrollar vacunas e implementar tratamientos a largo plazo, dado que los hombres y las mujeres tienden a presentar diferentes susceptibilidades ante el virus. Según datos de Italia, China y Corea del Sur, los hombres presentan una mayor propensión a morir por COVID-19 que las mujeres. En esto, el coronavirus no está solo: el mismo patrón también está presente con el Ébola, el VIH, el SARS y con la influenza.
A nivel celular, los machos y las hembras parecen presentar una igual propensión a contraer COVID-19, pero los machos tienen un mayor riesgo de morir por el virus que las hembras. La Dra. Sabra Klein, científica de la Escuela de Salud Pública Bloomberg del Hospital Johns Hopkins, que estudia la diferencia de sexo en las infecciones virales, expreso a The New York Times: “Podemos decir con confianza, gracias a los datos de muchos países, que ser hombre es un factor de riesgo. Eso debería ser evidencia suficiente para qué cada país desglose sus datos estadísticos”.
La sociedad no necesitaba una pandemia letal para darse cuenta de que el sexo importa, y que las diferencias basadas en el sexo en la investigación médica representan un problema de vida o muerte para las mujeres y las niñas, dado el hecho de que los cuerpos de los varones siguen siendo asumidos como la norma universal por el statu quo científico.
Históricamente, los cuerpos de las mujeres han sido ignorados o subrepresentados en la investigación científica, el desarrollo de farmacéuticos y en los ensayos clínicos. Esto ha resultado en diagnósticos inexactos de los síntomas que presentan las mujeres, una invisibilización de los cuerpos de hembras en los libros de texto médicos y el descarte sistémico de los problemas de salud de aquejan a las mujeres.
Aunque las estadísticas sugieren que las mujeres son menos propensas a morir a causa del coronavirus en función de nuestra composición cromosómica, las condiciones socioeconómicas del estatus de la mujer en la sociedad significa que ésta tiende a ser designada a puestos de cuidado y a entornos laborales que aumentan sus riesgos.
Un informe emitido en marzo del 2020 por las Naciones Unidas afirma que las mujeres representan el 70 por ciento del mercado laboral de salud mundial (en puestos como enfermeras, parteras y personal de limpieza), lo que las coloca en mayor riesgo de infección. Las Naciones Unidas afirma: “La crisis actual amenaza con retroceder los logros limitados en materia de igualdad de género y con exacerbar la feminización de la pobreza, la vulnerabilidad a la violencia y la participación paritaria de las mujeres en el mercado laboral”. Para contextualizar el análisis, observemos como el 89 por ciento del personal de enfermería y el 84 por ciento de personas cuidadoras son mujeres. Estos trabajos tienden a ser mal remunerados.
Al considerar el impacto de COVID-19 en la economía, no podemos olvidar que la pobreza tiene cara de mujer y que gran parte de la economía informal está compuesta por ellas. Quienes dependen de la economía informal, particularmente en el Sur Global, donde la seguridad social es más débil, se encuentran en la aborrecible posición de tener que elegir si morir de hambre o arriesgarse a morir de coronavirus. Para las mujeres que viven en la pobreza, especialmente las madres y/o las que cargan con la responsabilidad de cuidar personas mayores, la discriminación por sexo que plantea esta pandemia mundial es una pesadilla.
Si bien se aconseja a las poblaciones de todo el mundo “que se queden en casa”, no podemos olvidar que para demasiadas mujeres y niñas, el hogar podría ser más mortal que cualquier enfermedad respiratoria. Lejos de ser seguro, estar encerrada en el interior de hogares donde hay abuso y cuando el contacto con el mundo exterior se encuentra restringido, representa la receta perfecta para el feminicidio.
En el informe de abril 2020 sobre el impacto del COVID-19 en las mujeres, el Secretario General de la ONU expreso:
“La pandemia está profundizando las desigualdades preexistentes, exponiendo vulnerabilidades en los sistemas sociales, políticos y económicos que a su vez amplifican los impactos de la pandemia. En todos los ámbitos, desde la salud hasta la economía, la seguridad y la protección social, los impactos de COVID-19 se exacerban para las mujeres y las niñas simplemente en virtud de su sexo”.
La pandemia del COVID-19 tiene un impacto que discrimina por sexo, pero los años que la preceden atestiguaron la intimidación y el abuso cometido contra las feministas determinadas en proteger los derechos basados en el sexo. Estas defensoras de los derechos de las mujeres fueron ignoradas por clases políticas que decidieron hacerse de la vista gorda, ante inaguantable conflicto y, en cambio, decidieron recitar credos anticientíficos.
Todas las personas interesadas en el funcionamiento sostenible de nuestra sociedad deberían mostrarse horrorizadas por la descomposición democrática que ha infectado el debate sobre políticas públicas basadas en el sexo versus en ‘la identidad de género’. Aunque el abuso contra las feministas no es nuevo, tampoco es ni inevitable ni aceptable.
La importancia primordial de la investigación médica sobre las diferencias de sexo continúa mucho más allá de cualquier toque de queda o estado de emergencia que dure tres semanas, porque recibir diagnósticos y tratamientos adecuados, específicos para cada sexo, representa una urgencia continua para las mujeres y las niñas.
Hoy en día, país tras país se despierta ante la realidad de un estado de emergencia, impuesto por una fuerza mayor lo suficientemente poderosa como para detener el funcionamiento de todas las sociedades. Esperemos que este momento de la historia en el que, a nivel mundial, nos hemos dado cuenta de la importancia de salvaguardar la investigación científica por encima de invocaciones dogmáticas, signifique de una vez por todas, el cierre de la puerta a la elaboración de políticas públicas basadas en mantras sin sentido y perjudiciales para las mujeres.