República Dominicana, aunque quiera, nunca podrá ser un país injerencista ni partidario de invasiones e interferencias foráneas en los asuntos internos de otras naciones.
Por haber sido presa codiciada de franceses, españoles, británicos, haitianos y norteamericanos; por haber sufrido en la carne de sus hijos lo que significa el proceder ilícito que se deriva de la violación de fronteras y la imposición extranjera en su propio suelo, no está apta para soportar estas injusticias, aunque se cometan en otros.
En los años de democracia que hemos vivido, aún con sus imperfecciones, exceptuando la aventura absurda de enviar tropas dominicanas a Iraq, (como se hizo en la gestión de Hipólito Mejía) ningún dominicano ha sido repudiado o combatido en el exterior por hollar suelo ajeno, ni por intentar dictar las pautas por las que deben regirse otros gobiernos. Ni siquiera a Haití, unido al cual se halla indisolublemente ligada y cuya situación interna no puede menos que incidir sobre la nuestra.
Esta realidad nos honra y otorga prestigio en un mundo caótico y violento, donde las grandes potencias son propensas a hacer tabla rasa de las leyes y principios que deben regir la convivencia internacional. Y esta realidad, precisamente, es la que, el pasado 16 de agosto, día de la Restauración de la República, durante la toma de posesión del presidente Luis Abinader, ha sido puesta en peligro.
Atropellando los usos y costumbres en actos de esta naturaleza, y sin la menor consideración hacia una parte de sus invitados y de su pueblo, que no piensan como él, el presidente reelecto se lanzó por la resbaladiza pendiente del injerencismo al abordar, con inusual vehemencia, rayana en la furia, los resultados de las elecciones en Venezuela, pretendiendo dictar normas a una nación soberana y apartándose de la línea tradicional de nuestra política exterior. Este acto imprudente, lejos de fortalecernos, nos debilita; lejos de enaltecernos, nos mancha y abre las puertas de nuestra casa a la injerencia y la intromisión extranjera en nuestros asuntos.
No le han preocupado al presidente Abinader, al menos no con la vehemencia gratuita mostrada ante los resultados de los comicios de Venezuela, por ejemplo, la represión en Perú y la instauración de una presidenta ilegítima y cuestionada por corrupción; ni el caso de Ucrania, donde su presidente prohibió a los partidos políticos, y se prolonga indefinidamente en el poder, meses después de haber expirado su mandato. Tampoco lo hemos visto posesionarse ante las amenazas totalitarias, abiertamente formuladas por el candidato republicano a las elecciones de este año en Estados Unidos, no hablando ya de su silencio ante el genocidio del nazisionismo israelí, que con el apoyo de Estados Unidos y de la OTAN, ha masacrado, ante nuestros ojos, a decenas de miles de niños, mujeres y ancianos en la Franja de Gaza.
Si el presidente Abinader quiere ser creíble en su nuevo rol de gendarme mundial en temas electorales, sobran las causas en este mundo para que a ellas dedique sus vehemencias y sus furias, no precisamente contra el gobierno de un pueblo hermano. Al asumir, además, el mantra de la oposición venezolana impugnando los resultados del proceso, alguno de sus asesores debió haberse leído antes la Ley Orgánica del Poder Electoral que rige en ese país y haberle evitado el desplante de pedir la publicación de actas de escrutinio en medio de un proceso de verificación, como el que ahora transcurre, y cuyos resultados se conocerán en el tiempo establecido para ello.
Es bueno informarle al desinformado presidente Abinader que fue el gobierno de Nicolás Maduro, supuesto comisor del supuesto fraude, quien pidió iniciar este proceso en los plazos y con los procedimientos establecidos por la Ley y no como pide los Estados Unidos a través de ese ministerio de colonias que es la OEA, (a cuya secretaría general su canciller Roberto Álvarez está aspirando). Todos los candidatos presidenciales asistieron a las vistas convocadas y aportaron la documentación requerida por el Tribunal Supremo de Justicia, a excepción, la única y muy elocuente, de los representantes de la coalición que lidera María Corina Machado a través de su ventrilocuo, hombre de paja, Edmundo González.
Quien no la debe, no la teme.
La ley electoral venezolana no estipula ninguna verificación internacional a los resultados de unos comicios, y solo reconoce autoridad para ello a tres instituciones; el Consejo Nacional Electoral, el Tribunal Supremo de Justicia y alguna otra instancia judicial competente, todas nacionales. Como podrá apreciar el presidente Abinader, no ha sido debidamente informado.
Si, como afirmó, “República Dominicana estará siempre del lado de la democracia, donde sea, cuando sea y ante quien sea”, le aseguramos, Presidente, que tendrá que dedicar a la esfera internacional una buena parte de sus venideros cuatro años de mandato.
Ya sabemos, por las lecciones de la historia que el pueblo dominicano conoce de primera mano, que cuando se quieren derrocar gobiernos incómodos, o garantizar el acceso del imperialismo yanqui a recursos estratégicos, como el petróleo y el oro venezolano, en momentos de crisis en el Medio Oriente y sin poder contar con el combustible ruso, la primera herramienta que se limpia y apresta es la de la carencia de democracia en esos mismos países, evitando, de ser posible, las irrentables aventuras expansionistas militares, como las fallidas de Afganistán.
¿Van a decirme que lo ignoran los que aplaudieron en el acto de posesión su desplante contra un gobierno soberano? ¿Va a decirme que el mundo desconoce los verdaderos motivos de estos arrebatos democráticos y a quienes le ponen la mesa servida y para qué?
No vaya de comparsa, señor Presidente, de quienes, al final, no tienen amigos, sino intereses propios. No arrastre a su pueblo al lado de la injerencia, la imposición foránea, la violación de la soberanía y el irrespeto al derecho ajeno. Dedíquese a nuestros problemas, que siguen siendo enormes y donde aún no brilla para todos el sol de la justicia social. Mírese en el espejo sabio y respetuoso del gobierno mexicano, que ha declarado que lo de Venezuela es un asunto de exclusiva competencia de los venezolanos.
Presidente Abinader, siempre le aconsejé, en público y en privado, preservarse, no inmiscuirse en asuntos internos de ninguna nación porque eso tiene un nombre y es injerencia. Nunca le pedí que se pusiera la boina roja del chavismo pero tampoco la bota de los golpistas.
Y si da el paso rectificador correcto y se aparta de posiciones que en nada nos benefician, cuente con que en la gloria Duarte, Sánchez y Mella se estarán fundiendo con Simón Bolívar en un abrazo de hermanos.