Desde el Imperio Romano (27 a.C hasta 473), y quizás antes, el espionaje ha sido elemento clave en el arte de la guerra y el dominio territorial, y hoy no hay regímenes -ni siquiera en “democracia”- exentos de vigilancia ciudadana, pues el fenómeno de carácter sociopolítico, de seguridad pública; pero más que todo del poder frente a la prensa y el imparable avance científico-tecnológico de la comunicación masiva-internet, plataformas de almacenamiento de información y venta online y redes sociales- ha hecho posible que no solo los ciudadanos, la prensa -sobre todo, de denuncias e investigación- y hasta los poderes fácticos o centros mundiales de la hegemonía geopolítica actual -súper-potencias, presidentes y grandes emporios empresariales-comerciales- escapen al fenómeno socio-cultural y de vigilancia-espionaje como WikiLeaKs (un suerte de desvelamiento de la guerra de información y espionaje entre potencias -vía la diplomacia-) puso al desnudo.

En el caso concreto de nuestro país, la cultura o recurso-delito de escuchar y vigilar tomó categoría de política de Estado desde la dictadura trujillista -foro público, caliesaje y delación- y luego, “en democracia”: intervención telefónica de doble interés estatal-privado y político, incluso, ejercido con nombres y apellidos y de dominio público. Cuando no “guerra de baja intensidad” o de contrainsurgencia para aplastar movimientos contestatarios -décadas de los años 60,70 y 80 (Latinoamérica y el Caribe)-.

Lógicamente, con lo anterior no estamos, Dios nos libre, justificando la práctica de un delito de violación flagrante que atenta contra libertad ciudadana, de prensa, el ámbito privado y contra la misma seguridad de los Estados, pues ya estos también son víctima-blanco de ciber-delincuentes porque no olvidemos, como ha descrito Moisés Naím, que el poder, hoy día, se ha fragmentado y ya no está bajo el control exclusivo de los otrora centros del poder global sino de muchos otros poderes bajo la influencia ideológica-cultural de destrucción masiva, crímenes de odio y fanatismo.

Y si alguien quiere saber, antes de hacernos los sorprendidos o dar el grito justificado, si el fenómeno es nuevo -con tentáculos en los poderes fácticos y patente de corso- en el país, lean “Mis recuerdos imborrables” del extinto periodista Rafael Molina Morillo, repasen Wikileaks y la mención, sotto voce, de actores policiales-castrenses y duchos zorros -“políticos de la secreta”- de la comunicación (expertos históricos-consuetudinarios en esos menesteres). Y si se quiere un estado más científico-actual sobre el tema y su interrelación con el poder global, abrevar en Noak Chomsky y un texto testimonial y revelador “Cuando Google encontró a WiKiLeaks”.

No obstante, condenamos y repudiamos el fenómeno-práctica universal por ser delitos o recursos antidemocráticos. Pero, tampoco juguemos a la ignorancia supina sobre el tema. O peor, hacer chivos expiatorios exclusivos -vía “confesión” de un tercero y lo divulgado por Amnistía Internacional- a dos gobiernos y a un expresidente, y más en el contexto de una campaña política-electoral abierta. Algo que se presta a múltiples lecturas.

¡Dejemos el asombro, pues..! A menos que medios y periodistas “independientes” dejen de aceptar o recibir publicidad estatal ¿Será posible?

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