Una reunión familiar de estos días me recordó situaciones de mi infancia: Cuando me castigaban o reprochaban (por lo general, ambas) por haber hecho algo. Es que escuché reproches por doquier en dicho encuentro.
Me preguntaba si los reprochados irían a “ver” las cosas de manera diferente a partir de esa consecuencia, el reproche, de sus actos. Resalto la palabra ver porque nos concentramos siempre en el hacer. Quizá lo hagan diferente, pero no lo vean diferente.
—¿Por qué lo harían diferente sin verlo diferente, Diego Sosa?
Cuando somos criados en un ambiente de miedos y castigos, hacer las cosas como nos mandan no conlleva a aprender a hacerlas de esa manera, simplemente estamos evitando las consecuencias. Es por obediencia, no por convencimiento. Volveré a esto más adelante.
Ya sabemos lo que muchos hacemos cuando podemos evitar las consecuencias. O cuando el premio es más satisfactorio que el dolor que ella causa. Ocultamos, o con oídos sordos escuchamos, el reproche. ¿Nunca llegaste después de la hora pactada a pesar de saber que habría represalias?
Vuelvo al tema de la obediencia. Cuando hacemos las cosas porque así nos las exigen, sin pensar en nada más que evitar consecuencias, terminamos incluyéndolas en nuestro repertorio de aprendizajes y más tarde de enseñanzas. Hasta aprendemos a enseñar a base de castigos. Muchos andan por la vida obedeciendo órdenes para evitar castigos. Como los que trabajan para corruptos, por no perder su paga mensual dejan pasar todo lo malo que ven… y hasta lo defienden.
Salgamos del extremo, digamos que deseamos que el niño tenga disciplina, le pedimos que retorne a una hora específica y cumpla con su compromiso. ¿Es su compromiso o una imposición? Empecemos por hacerlo tomar parte en la decisión, acordemos una hora. Y al no cumplirla, debe reflexionar sobre todo lo que hace con su comportamiento. Debe entender la consecuencia de perder la confianza, que es peor que un reproche.
¿Puedes reflexionar ahora sobre un reproche dado o recibido?