Ni siquiera en los períodos de mayor crecimiento económico hubo en este país avances en las condiciones de vida en sentido general. Incluso atravesamos una fase de empobrecimiento de la clase media verdaderamente trastornador, con un deterioro de la calidad de vida de las ciudades, a causa de una crisis aguda en los servicios públicos.
La penosa realidad nacional es que las conquistas en el marco político tras varias décadas de ensayo democrático superan las obtenidas en el plano de la distribución del ingreso.
Probablemente la inflación, la caída de precios en los mercados internacionales de los productos básicos de exportación del país y otros factores ajenos a la voluntad y decisión de los gobiernos, hayan entorpecido el avance hacia un equilibrio más o menos aceptable de esta balanza de las realizaciones democráticas. Pero se impone por eso un esfuerzo más sostenido para hacer posible el ideal de reducir las enormes e inquietantes brechas sociales existentes.
La sociedad dominicana no es la imagen de un conglomerado justo. Y la nación está todavía, desafortunadamente, lejos de acercarse a ese ideal. Sin un mejoramiento de los niveles de distribución del ingreso será imposible aspirar a una paz duradera, dadas las graves desigualdades sociales características de la sociedad en que vivimos.
Y de esa paz duradera depende la estabilidad futura de la democracia dominicana.