En su recorrido semanal por el interior del país, al que nos tiene acostumbrado desde su llegada al Palacio Nacional, el presidente Danilo Medina abordó en una oportunidad un tema crucial. Si no detenemos la desforestación de nuestros bosques, dijo, podríamos convertirnos en una réplica de lo que hoy es Haití, nuestro vecino. La advertencia del mandatario no debería caer en el vacío ni vista como un asunto político partidista. Se trata de un reto fundamental, del que dependerá en un futuro no lejano la capacidad nacional para abastecer a la población de agua potable y garantizar la producción de alimentos en gran escala.
No se trata pues de una cuestión que competa solamente al gobierno. Es un desafío que exige la total entrega del liderazgo nacional, en todos los ámbitos de la sociedad, sin exclusión, porque del éxito que alcancemos en proteger nuestros bosques dependerá, en gran medida, la vida de nuestros ríos y las demás fuentes de agua, necesarias para la supervivencia humana. Es un tema que requiere de un compromiso serio, por encima de cuantas diferencias existan entre partidos y las demás organizaciones, sean gremiales, profesionales o empresariales, capaces de contribuir a la formación de una gran alianza para proteger un recurso vital de la república.
Todos sabemos que por más recursos y esfuerzos que dedique para detener la práctica criminal de la deforestación, el gobierno, el actual y los que puedan venir luego, no se podrá detener el fenómeno de la depredación de los bosques, si los dominicanos conscientes del panorama que ha descrito el presidente no asumen individualmente el compromiso de unirse a esta gran causa por el futuro de la nación. Frente a los grandes problemas, tenemos que aprender a diferenciar lo esencial de lo vano. Cada día que dilatemos en asumir esa responsabilidad, lo lamentaremos más adelante. No dejemos a hijos y nietos un desierto como hogar y herencia.