Nuestro verdadero problema es el creciente papel del gobierno en la vida de los ciudadanos. De él se derivan los demás. A despecho de la retórica a favor de una disminución de ese rol a los asuntos fundamentales, los gobiernos terminan actuando como avaros pulperos, con el perdón de aquellos que se ganan honestamente la vida detrás de los mostradores y a los que talvez estaría ofendiendo con la infeliz comparación.

La dirigencia política se pierde en la ilusión de que un gobierno rico puede hacer de todo, e incluso remediar con aluviones de recursos las consecuencias de sus propios errores.

En naciones pobres y pequeñas como la nuestra, los gobiernos se hacen ricos a costa de empobrecer a la sociedad. No quieren darse cuenta de que un peso en buenas manos privadas genera más riqueza y soluciona más problemas que cincuenta en manos del Estado. El ogro benefactor del que hablaba Octavio Paz al censurar el gigantísimo estatal se torna cada vez más grotesco.

Recientes estadísticas lo demuestran irrefutablemente. Según un informe sobre promoción humana publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, cincuenta años de crecimiento económico no han servido para mejorar la calidad de vida de la mayoría de los dominicanos. Y pasaría otro período igual sin distintos resultados si las grandes decisiones quedan en este país a la decisión unilateral de sus gobiernos.

No intento con estas reflexiones disminuir el relevante papel que le corresponde al Estado. El problema consiste en que el ensanchamiento de su rol termina siempre disminuyendo su capacidad para lograr buenos desempeños en aquellas áreas en donde su presencia se hace necesaria e indispensable. Las contradicciones son evidentes. Mientras reparten canastas navideñas y juguetes en Navidad nuestras escuelas, hospitales y carreteras se caen a pedazos.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas