Recibí un emplazamiento de un seguidor del oficialismo, incriminándome por no asumir la defensa de su líder e impulsar la de su adversario principal. Su lógica se basaba en un silogismo: si no estaba con el suyo, por lógica elemental, tenía que estar a favor del otro. Hubo un segundo emplazándome a definirme dentro de lo que llamaban mi “imparcialidad parcial”.
Esos y otros mensajes en idéntica tónica procedentes del mismo litoral, me llevaron a una reflexión. Me pregunté si es correcto, en la situación en que se encuentra el país, permanecer neutral. Y recordé la descripción que hace Dante en la Divina Comedia de un lugar de lamentaciones a las puertas del Infierno reservado para aquellos que no creen en Dios ni se rebelan contra él. Justo el lugar al que deben ir los que permanecen neutrales en momentos o situaciones de crisis.
¿Se puede ser neutral, me pregunté entonces, mientras se le niega al país el derecho a una educación de calidad? Mientras se suple el déficit derivado de un desorbitado uso del presupuesto con un creciente endeudamiento, comprometiendo las finanzas nacionales por más de una generación; mientras la corrupción se convierte en norma de la conducta pública; mientras las calles y los espacios públicos se llenan de miedo por el auge del narcotráfico y otros formas del crimen organizado; mientras se juega con el sosiego nacional manteniendo funcionarios cuestionados en puestos claves; mientras el cumplimiento de la ley desde las alturas del poder se convierte en un derecho de quienes los sustentan en detrimento de las instituciones y el respeto a la nación.
¿Se puede ser neutral mientras vemos caer a diario a jóvenes asesinados para despojarlos de un celular? Mientras la violencia en el hogar socava los valores familiares y nadie se siente seguro ni en sus propias viviendas. “¡No, no seré yo quien permanezca neutral !”