Le pregunté al doctor Balaguer, en ocasión de una de tantas entrevistas para libros, cuál consideraba su momento más difícil en sus años de gobierno, y sin vacilar se refirió a la intensa campaña emprendida por el Partido de la Liberación Dominicana y su líder el profesor Juan Bosch con el lema de obligarle a “respetar su propia ley”.
Extrañado le comenté que siempre había creído que ese momento se había dado la noche en que frente a toda la audiencia radial y televisiva del país acusara de conspiración al general Elías Wessin y Wessin, a quien años después designara como jefe de las Fuerzas Armadas. Me comentó que si bien ese fue un instante crítico que involucró inmensos riesgos, por la reacción que el hecho pudo haber provocado en esferas militares, sus días más difíciles transcurrieron con la incansable campaña boschista.
Cuando le insistí sobre las causas de que Bosch pudiera haberle provocado tanta preocupación, su respuesta fue todavía más sorprendente. “En el caso del general Wessin el peligro consistía en la posibilidad de un mal manejo de la situación. Con Bosch era otra cosa. Detrás de su campaña estaba la gran fuerza moral de su liderazgo”, fueron más o menos sus palabras, las cuales recuerdo como si las acabara de escuchar. Palabras que en el fondo reflejaban un profundo respeto por su adversario político.
Resultaba curioso que los herederos de Bosch, en el ejercicio del poder, fueran sometidos a una campaña similar. Durante sus gobiernos, la prensa traía diariamente denuncias indicando la inobservancia de leyes promovidas por la propia administración peledeísta, como la del Libre Acceso a la Información Pública, la que restringe el grado a grado y la de austeridad. Como es bien sabido esta última establece una prohibición de aumento salarial de los funcionarios.
Cada día, en los hechos, se entierra a Bosch en el PLD, se ignora su legado moral y se le descarta como paradigma.
