Ahora que se plantea una nueva reforma constitucional, vale recordar que todas las realizadas desde la caída de la tiranía de Trujillo, han tenido como meta la reelección, sea para impedirla o restablecerla. Y la nación no se ha hundido todavía y dudo que eso ocurra.

La primera se remonta a 1966, tras el regreso al poder de Joaquín Balaguer, quien ya había sido dos veces presidente, ninguna por la vía electoral. Esa Constitución no hacía referencia al tema, por lo que basado en el principio de que lo no prohibido es permitido, le dio oportunidad de reelegirse cuantas veces pudo.

Como consecuencia de la crisis post electoral de 1994, en la que se le acusó de ganar por medios fraudulentos, se llegó a un acuerdo político para preservar el orden y evitar el caos institucional. La reforma le redujo el periodo a dos años, convocó a elecciones anticipadas, se modificó el sistema electoral y se prohibió la reelección.

En el 2003, el PRD usó su mayoría en el Congreso para reformarla y restableció el principio de la reelección por dos mandatos y “nunca más”, para permitirle al presidente Hipólito Mejía, intentar la reelección, lo que le sirvió al expresidente Leonel Fernández (1996-2000) para reconquistar el poder por dos periodos.

A sabiendas de que su carrera presidencial expiraba, Fernández impulsó una nueva reforma en el 2010 para rehabilitarse después de un periodo intermedio. La reforma siguiente, en el 2015, le devolvió a Medina la oportunidad de reelegirse, lo que la del 2010 le había quitado.

Por eso, nada de extraño tendría que el presidente Luis Abinader, que ha planteado otra reforma, ponga todo su empeño para reelegirse en el 2028 contra toda lógica y por lo impopular que ahora y entonces parezca. Y cuando digo que “nada de extraño tendría”, no me baso en una suposición, sino en la experiencia nacional, y su promesa incumplida de que nunca se reeligiría.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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