El alza del petróleo y el descenso de las cotizaciones de sus productos básicos de exportación han profundizado los problemas económicos y sociales de Hispanoamérica. Los llamados cinturones de miseria se han expandido por todas las capitales de esta parte del mundo en desarrollo. El fenómeno de la indigencia no es ninguna vergüenza particular de alguna ciudad determinada. Es el legado común del subdesarrollo y la corrupción que han caracterizado el ejercicio político en nuestros países.

Los países de la región poseen en conjunto uno de los mayores potenciales energéticos, hidráulicos, minerales y agrícolas del mundo. No obstante, el desempleo, el analfabetismo, la insalubridad y la falta total de identidad son sólo algunas de las dificultades todavía lejos de ser resueltas. Al cabo de años de desperdicios materiales e inútiles pugnas políticas no hemos podido encontrar respuestas a preguntas elementales.

Nuestra incapacidad para enfrentar el desafío de garantizar techo, alimento, vestido y educación a millones de seres humanos condenados a la más profunda miseria en toda la región carece de parangón. Las estadísticas son abrumadoras. No obstante sus enormes recursos naturales, la tercera parte de la población del continente, exceptuando a Estados Unidos y Canadá, vive en condiciones de pobreza extrema, con tendencia a ser más pobre cada día. Las posibilidades de vida de una buena parte de ese conglomerado humano, no van más allá de una infancia desafortunada.

Las perspectivas de empleo seguro y bien remunerado en sus años de madurez son ínfimas o prácticamente inexistentes. Están condenados desde la cuna a un oscuro analfabetismo. Son el inmenso ejército de mendigos y desamparados que pueblan nuestras ciudades y campos, y de donde se alimentan también las ideologías extremas y los movimientos disociadores que existen por todo el mundo.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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