Cuando se lee la Declaración Universal de los Derechos Humanos, uno de los textos de mayor valor existente, y se ven las naciones que muchas veces han integrado el Consejo de Derechos de las Naciones Unidas, encargado de velar por el fiel cumplimiento de sus resoluciones, se tiende a pensar que la hipocresía y no el respeto a la dignidad y las libertades humanas norman las relaciones a nivel mundial.
El Consejo lo han formado algunos de los países con más deprimente récord en materia de violación de esos derechos, como han sido Cuba, Irán, China, Rusia, Venezuela, Vietnam, Venezuela y Arabia Saudita.
Resulta por tanto fascinante conocer, dentro de su monstruosidad, los periódicos informes sobre violaciones de esos derechos firmados por países donde sus ciudadanos huyen por la cruda represión contra toda forma de disidencia.
Un caso realmente patético es el caso de Cuba, en donde un politburó ejecutivo decide la suerte de los cubanos que no han podido salir al exilio; agréguenle la situación de 1,300 millones de personas, como es el caso de China, donde la disidencia es encarcelada y conlleva a condena de muerte con expropiación de bienes. No olvidemos a Rusia, donde un dictador con ínfulas imperiales es una amenaza para los países a su alrededor y el ejemplo de Arabia Saudita y otros reinos musulmanes, en donde la mujer carece de todos los derechos que se reconocen a los hombres y clanes tribales son dueños de la riqueza petrolera de sus naciones.
Es preciso consignar que los países elegidos para integrar el Consejo están supuestos a promover la protección de los derechos consagrados en la Declaración Universal de la ONU, por lo que la conformación periódica del Consejo ha sido muchas veces una burla descarada al espíritu y letra de un texto que todavía inspira el ideal de respeto a los derechos y la dignidad de las personas.